El fascismo histórico frente al espejo iberista

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El tema del iberismo que aparece a los ojos del público como un pensamiento transversal, que concierne tanto a izquierda como a derecha, a extrema izquierda como a extrema derecha, tiene sus personajes singulares. Uno de ellos fue el vanguardista literario y fascista político Ernesto Giménez Caballero (1899-1988).

“Gecé”, como era conocido, es una figura capital para hacerse cargo de la relación entre iberismo y fascismo. Caballero se curtió en Marruecos. En los años de la traumática derrota de Annual (1921) el joven Ernesto, vástago de un impresor madrileño, servía en el ejército colonial español del Protectorado. Allá acompañó al que consideraba uno de sus maestros, Américo Castro, con el que siempre tuvo una relación amical a pesar de las diferencias políticas, a hacer a sus encuestas lingüísticas sefardíes en Chauen. En su primer libro Notas marruecas de un soldado, de 1923, da cuenta de esa visita. Siguiendo esa estela de Castro, y por ende de Menéndez Pidal, contra todo pronóstico, dados los vientos que soplaban en la Europa fascista, siempre fue un activo prohebreo, o mejor aún prosefardí. Producto constatable de sus pansemitismos fueron no solo la frecuente presencia en sus escritos de lo hebreo sino un documental mudo de catorce minutos rodado en las juderías de los Balcanes. Su afán de conquista espiritual panhispánica lo llevaba a combinar prohebraísmo y fascismo.

Giménez Caballero ya oficiando de factótum del fascismo emergente prologó y editó la obra de Curzio Malaparte, En torno al casticismo en Italia. Con la colaboración del ilustre intelectual del fascismo italiano apostaba por españolizar la Europa de los años veinte y treinta. Giménez Caballero en unas declaraciones extensas a Televisión española en 1977 aún se reivindicaba sin pudor del fascismo primigenio, surgido de la “madre Roma”. Concebía que este fascismo estaba enfrentado a los bárbaros del norte, encarnado en Hitler y sus nazis. En buena medida coincidía con el “bloque latino”, que buscaba realizar Mussolini entre Italia, España, Portugal y Francia.

En el primer número, de 1927, de Gaceta Literaria, singular quincenal fundado por él, donde agrupaba a una variopinta fauna intelectual, da paso a un artículo sobre “A esperança lusiada e a fraternidade ibérica”, del escritor modernista luso João de Castro Osório. Bajo el artículo figura el anuncio de la obra clásica de Oliveira Martins sobre la historia de la península ibérica. El autor, que igualmente engrosará la nómina del fascismo portugués, se consagra sobre todo a hacer un canto encendido a la nación portuguesa. Frente a las naciones ibéricas, argumenta, el “inimigo é a Europa”. En ese programa común antieuropeo se tramaría la fraternidad que debiera unir a los portugueses con los españoles:

“Se duas civilizações novas, surgidas dos dois povos surgidos la Península Extremo-ocidental podassem triunfar das resistências da Europa, o mundo seria melhor e menos só para cada um de nos. Fora da nossa civilização haveria ainda um outro mundo fraternal. É assim que a intensidade da nossa esperança e do nosso orgulho lusíada só faz crescer o amor fraternal pelo esforço da Espanha em luta também com a tradição latina, construindo também a sua alma moderna e a sua nova civilização”.

La política global de La Gaceta Literaria será fraternizar con la pluralidad ibérica. Se hablará en estos años del “diálogo de las lenguas”, y siempre se prestará una atención especial a Cataluña, con artículos en catalán, y al resto de las regiones españolas, sobre todo a Galicia y Andalucía. Agrupadas como “postales ibéricas” se recogen en sus páginas noticias culturales de todos los rincones de la península. En una entrevista que le hace Gecé en la Gaceta a Fidelino de Figueiredo este le confiesa que desea establecer en Madrid un centro portugués y brasileño para confraternizar a las naciones del iberismo. En 1928 bajo este dictado La Gaceta Literaria organizará un salón del libro portugués en Madrid.

Giménez Caballero formó parte de aquella generación que evolucionó en parte hacia posiciones extremas, como fue el caso de Ramiro de Maeztu, que ejerciendo de revolucionario social hasta acabar recabando en el españolismo y el imperialismo cultural de su libro Defensa de la Hispanidad, de 1934. El asunto de la raza mestiza tiene ecos del racismo cultural que era frecuente en países como Francia o México. Desde Georges Vacher de Lapougue en Raza y medio social (1909) hasta José Vasconcelos en La Raza Cósmica (1925).  Escribe Maeztu en la citada Defensa…:

“Veamos hasta qué punto los caracteriza. La Hispanidad, desde luego, no es una raza. Tenía razón El Eco de España para decir que está mal puesto el nombre de Día de la Raza al del 12 de octubre. Sólo podría aceptarse en el sentido de evidenciar que los españoles no damos importancia a la sangre, ni al color de la piel, porque lo que llamamos raza no está constituido por aquellas características que puedan transmitirse a través de las obscuridades protoplásmicas, sino por aquellas otras que son luz del espíritu, como el habla y el credo. La Hispanidad está compuesta de hombres de las razas blanca, negra, india y malaya, y sus combinaciones, y sería absurdo buscar sus características por los métodos de la etnografía”.

Gecé es muy sugerente incluso el afirmar que las tierras ibéricas son plurales. Una línea que estaba en consonancia con la idea de los racismos culturales, mucho más fructíferos, que los racismos biológicos que se predicaban entre los pueblos nórdicos. De todo ello yo mismo di cuenta en mi libro Racismo elegante. De la teoría de la raza cultural a la invisibilidad de los racismos cotidianos (2011), actual en fase de publicación en lengua portuguesa en Recife.

Una vez detectado el problema del racismo cultural, la única vacuna frente a todo intento de atraer al iberismo hacia las ideologías más derechistas y nacionalistas es el patriotismo constitucional entendido este no solo como la adhesión a los valores democrático constitucionales por encima de todo irredentismo racial-nacionalista. Esto lo planeaba Jürgen Habermas para evitar la renazificación de Alemania tras la derrota de la Guerra Mundial.

Recordemos las palabras de Habermas:

“Para nosotros, ciudadanos de la República Federal, el patriotismo de la Constitución significa, entre otras cosas, el orgullo de haber logrado superar duraderamente el fascismo, establecer un Estado de Derecho y anclar éste en una cultura política que, pese a todo, es más o menos liberal. Nuestro patriotismo no puede negar el hecho de que en Alemania la democracia, sólo tras Auschwitz (y en cierto modo sólo tras el shock de esa catástrofe moral), pudo echar raíces en los motivos y en los corazones de los ciudadanos o, por lo menos, de las jóvenes generaciones. Para este enraizamiento de principios universalistas es menester siempre una determinada identidad”.

Pero a ello, a la identidad constitucionalista asimismo hay que añadirle el ineludible federalismo, cosa por lo general muy inasumible por las derechas nacionalistas, capaces de asimilar cualquier ideología expansionista, aunque sea solo en el ámbito cultural –léase hispanismo o iberismo­­­­–, pero muy alejado de compartir el poder y el juego de alianzas territoriales cercanas.

El actual iberismo no puede olvidar cuales son los límites de sus alianzas, que marca la democracia en sí. Sea que el momento actual es óptimo porque tanto España, como Portugal como toda Iberoamérica, se mantiene desde hace varias décadas bajo el dictado de los sistemas democráticos. Pero nada hace suponer que no puedan resurgir las místicas panibéricas de corte fascista si la crisis actual sigue profundizándose. Hay que estar alerta.

José Antonio González Alcantud

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