El futuro exigirá naciones autosuficientes

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Los retos a los que nos someterá este maravilloso planeta que habitamos exigirán, cada vez más, naciones que ya no se caractericen por las glorias pasadas, por un idioma propio, por identidades particulares respecto al vecino, por una cultura diferente, etc., sino que habrán de ser UNIDADES MÍNIMAS DE SUPERVIVENCIA COLECTIVA.

Que no se entienda en absoluto que aprovechamos esta desgraciada situación en que estamos para defender este planteamiento. Seguimos manteniendo la postura de que son tiempos de unidad, porque lo importante es acabar con la pandemia y homenajear a los muertos, a sus familiares, a los sanitarios, a las fuerzas de seguridad del Estado, a tantos y tantos trabajadores que arriesgan su vida para salvarnos a los demás y garantizar los servicios mínimos para la supervivencia.

Pero, sí consideramos que es una época oportuna para aplicar el método científico a la realidad, desde el origen de la crisis, y sacar consecuencias positivas para el futuro que mejoren cualquier situación semejante.

Nuestra principal preocupación cuando esto pase será analizar si hemos cumplido como nación. Si las naciones afectadas por la pandemia han sido capaces por ellas mismas de garantizar un mínimo de seguridad a los ciudadanos ante la crisis.

Llevamos muchos años diciendo que solo son naciones aquellas que cumplen la condición de garantizar la vida a su propia naturaleza, a su espacio natural, y a los ciudadanos que gozan de ese espacio en las peores condiciones adversas que puedan darse.

¿Qué queremos decir? Que ante situaciones extraordinarias: erupciones volcánicas o alteraciones sísmicas, grandes epidemias, defensa ante un enemigo exterior, emergencias sanitarias desconocidas, necesidades básicas de los ciudadanos, grandes incendios, amenazas extraplanetarias, crisis económicas, cambio climático, degradación del medio natural (de la tierra, por nitratos y productos químicos, de los ríos, lagos, mares, pesca, agricultura, etc.), las naciones tienen la obligación de regenerarse o salvarse solas ante la posibilidad de que la crisis afecte a todas y sea imposible recibir ayuda exterior.

Cuando esta situación termine, que terminará pronto, aunque tardará en dar los últimos coletazos, criticaremos la capacidad del Estado, cómo ha podido afectar el hecho de que a dos meses del comienzo de la crisis aún no hayan llegado todos los respiradores necesarios, la coordinación entre Comunidades Autónomas y sus consecuencias, la información dada, etc., ahora no es el momento, creemos.

Portugal y España han de estar preparadas porque a la epidemia sucederá una crisis económica mayor que la anterior. Los efectos de la desglobalización en el mundo, de una mayor debilidad de la Unión Europea, que en la anterior crisis sacó a Irlanda, Portugal, España, Italia y Grecia del gran atolladero en que se encontraron, exigirán de la Península Ibérica cada vez mayor solidaridad, y si esa solidaridad se extiende a Francia e Italia mucho mejor.

Y eso no será lo peor. Lo peor es que hay que hacer frente a una crisis climática cuyas consecuencias no conocemos y ocurre en unos momentos en que las grandes potencias que son las que más contaminan aún la niegan. Regenerar las tierras de tantos años de labor por la agricultura industrial, sanear los ríos, los mares, las corrientes subterráneas, purificar el aire, recuperar la pesca… Todo esto con una superpoblación en el Planeta que vive en grandes ciudades y ha perdido todos los hábitos de supervivencia de sus antepasados.

Nunca aprendió la Humanidad de sus errores, pero nunca hubo una civilización con tanta información, con tanta cultura, con tanta experiencia. Ahora sabemos que todo lo creado, que todos los universos se mueven en un caldo primigenio en ligera aceleración; qué importa si ese movimiento es infinito o no; qué importa quién mueve esa copa que nos contiene, o que los espacios y los tiempos sean diferentes entre las diferentes materias contenidas y no las comprendamos aún; qué importa que pasado, presente o futuro ocurran al mismo tiempo y a nosotros nos parezcan diferentes; lo importante es que todo fluye e influye en todo, y que eso nos obliga a salir de nuestra intimidad y nuestros intereses y mirar al futuro como algo más global.

Hay muy pocas naciones en el mundo que hayan vivido tanto como Portugal y España. Por eso, tenemos una obligación con el mundo de señalar en el Planeta una nueva ruta, un camino que lleve al entendimiento, a la ayuda mutua, a la búsqueda de soluciones, que no parches, para que ocurra lo que ocurra en el resto de nuestra galaxia, nos anticipemos al determinismo de la vida y al propio azar que forma parte de él.

 

D. Casimiro Sánchez Calderón es presidente de honor del Partido Ibérico Íber y concejal-portavoz del Grupo Municipal Íber en el Excmo. Ayuntamiento de Puertollano.

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