El relato del 25 de abril y los largos 13 años de guerra colonial

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Nuevamente Portugal ha sido trending topic en España. La Revolución de los Claveles es recordada con simpatía por varias generaciones de españoles, especialmente por aquellos que son de izquierdas. Muchos se preguntan por alguna presunta conspiración de derechas que explique por qué se conoce en España el nombre del presidente de Venezuela, mientras que se desconoce el nombre del “presidente de Portugal” (confundiendo jefe de Estado y primer ministro). Este tipo de pregunta elude la propia responsabilidad de la izquierda al no fortalecer los proyectos de comunicación ibérica. La conspiración, si se puede calificar como tal, tiene que ver con inercias históricas y agendas político-mediáticas de las élites y de todos los partidos políticos.

Además, hay una idea relevante que se repite. Este tweet del actor Carlos Bardem la ejemplifica: “A quien se pregunta por la diferencia entre #Portugal y España, entre sus derechas. Solo recordar que allí hubo una revolución socialista democrática que echó a los fascistas. Aquí la transición les garantizó impunidad, dejó todo atado y bien atado”.

Si el proceso político democratizador en España estuvo condicionado por una guerra civil, el portugués lo fue por una guerra colonial. Y esto, más que un paralelismo, es una diferencia en el tiempo, en su naturaleza y en el grupo dirigente del proceso. Según la historiadora portuguesa Irene Flunser Pimentel: “hubo sí, en Portugal, un proceso de justicia política, aunque fuese incompleto y marcado por sentencias benévolas, atenuantes y perdones, que transformaron la memoria de este periodo, llevando a la mayoría de portugueses a pensar que habría habido impunidad. En cuanto a la llamada Justicia de reparación, fue finalmente promulgada la ley nº20 de 1997, de 19 de junio, beneficiando, en términos de seguridad social y pensiones de jubilación, a los opositores a la Dictadura, contando en especial el tiempo de prisión, exilio y clandestinidad”.

Los sectores reformistas del Estado Novo, como Adriano Moreira y Francisco Sá Carneiro, fueron reintegrados en la democracia a través de los partidos Centro Democrático Social o Partido Social Demócrata. Lo cual nos permite ver como los nombres de partidos de derechas tuvieron que adoptar, en sus siglas, algunos guiños sociales asociados a la izquierda, que permanecen hasta hoy. Aquí es donde entra la victoria del relato progresista y revolucionario del 25 de abril: fundador de la actual democracia portuguesa. Una victoria en el relato, pero no en el proceso revolucionario socialista.

Esta narrativa es poderosísima en Portugal. Hasta el partido de ultraderecha Chega (el VOX portugués) no consigue hacer un discurso contra la Revolución de los Claveles, es un quiero pero no puedo. Usando eufemismos, proponen una nueva república, pero no critican abiertamente el 25 de abril. Es probable que haya una división interna en la ultraderecha entre los partidarios de la política de Salazar/Marcelo Caetano y de los contrarios a la recolonización africana en el siglo XX por razones «europeístas» (o de pragmatismo), y no por derecho de los pueblos.

Volviendo a las diferencias del proceso político español y portugués, hay que introducir más matizaciones al tweet de Carlos Bardem. ¿Qué habría pasado si Salazar o Marcelo Caetano hubiesen adoptado la misma actitud de Franco, en pro de la independencia de la pequeña colonia española de Guinea Ecuatorial, en relación a las grandes colonias de Portugal? Una de las diferencias de ambos regímenes (en su versión tardía) es que los reformistas y descolonizadores en Portugal fueron purgados, mientras que en el caso del franquismo los reformistas prosperaron. El propio Manuel Fraga recibió fuertes críticas de Salazar cuando le informó de los planes descolonizadores del Gobierno de Franco. Tampoco Salazar ni Marcelo Caetano acompañaron el proceso de ampliación limitada del acceso popular a las universidades españolas, ni otras reformas tecnocráticas y liberales del tardofranquismo.

Si sumamos esa asfixia de sectores liberales y de demandas de clases medias, con una guerra colonial de 13 años de duración, que absorbía la mitad del gasto público y que enviaba a sus jóvenes aldeanos a morir por una causa que no tenía nada que ver con su realidad, vemos como el régimen portugués reventó antes por sí mismo que por un inexistente movimiento de masas, que posteriormente sí que existió y fue admirable.

Cabe preguntarse por tanto si hubiera habido revolución de los capitanes sin guerra colonial. El malestar incluso se debía no al hecho de la guerra, sino a su duración: unos largos 13 años, que suelen olvidarse en el relato de la izquierda peninsular. Hay que recordar que los claveles tapaban las bocas de los fusiles, que reprimían a portugueses, eran los mismos fusiles que mataban a africanos. Y muchos de los portugueses reprimidos eran obligados a matar africanos y otros no volvían a casa, víctimas de la guerra. La revolución, en ese sentido, era también una redención.

Sin la tragedia bélica del ultramar, los capitanes antifascistas portugueses tal vez hubiesen sido poco representativos dentro del Ejército, al estilo de la Unión Militar Democrática (UMD) española. Y es probable que, en ese contexto, una transición pactada con la oposición hubiese sido igualmente factible y probable en Portugal.

Si Portugal pudo tener su revolución socialista militar, sin embargo, no vivió una revolución cultural democratizadora como se experimentó en España en los años ochenta. Portugal, a pesar de esos vientos revolucionarios (plasmados en la Constitución*), mantiene muchos valores conservadores y clasistas (algunos inexistentes en España) y posee un Estado de bienestar precario; lo digo para los lusófilos de izquierdas que se pasan de frenada. Si bien, existe una herencia antiautoritaria lusa de aquella revolución antiautoritaria, realizada por el cuerpo más autoritario de cuantos hay en un Estado, pero con aquel espíritu pacifista del fin de la guerra colonial. Esa herencia se siente en el cuidado con el que el primer ministro António Costa justifica el Estado de Alarma e introduce flexibilidades.

Por último, como aparece en el documental del Archivo de Televisión Española, dirigido por Manolo Alcalá (minutos 33 y 34), el pueblo portugués sí que obtuvo una clara victoria simbólica frente a sus represores de la policía política (PIDE) cuando estos salen rendidos y detenidos de su sede, donde se habían atrincherado, subiéndose a una camioneta con destino a una prisión y un juicio benevolente, bajo la reprimenda del pueblo, mientras que Marcelo Caetano era enviado al exilio brasileño, para no volver jamás.

 

Pablo González Velasco es coordinador general de EL TRAPEZIO y doctorando en antropología iberoamericana por la Universidad de Salamanca

*COMPARACIÓN DE PREÁMBULOS DE LAS CONSTITUCIONES PORTUGUESA Y ESPAÑOLA:

Portugal: “El 25 de abril de 1974, el Movimiento de las Fuerzas Armadas derribó el régimen fascista, coronando la larga resistencia del pueblo portugués e interpretando sus sentimientos profundos. Liberada Portugal de la dictadura, la opresión y el colonialismo supuso un cambio revolucionario y el comienzo de una inflexión histórica de la sociedad portuguesa. La Revolución ha devuelto a los portugueses los derechos y libertades fundamentales. En ejercicio de estos derechos y libertades se reunieron los legítimos representantes del pueblo para elaborar una Constitución que correspondiese a las aspiraciones del país. La Asamblea Constituyente proclama la decisión del pueblo portugués de defender la independencia nacional, garantizar los derechos fundamentales de los ciudadanos, establecer los principios básicos de la democracia, asegurar la primacía del Estado de Derecho democrático y abrir la senda hacia una sociedad socialista, dentro del respeto a la voluntad del pueblo portugués y con vistas a la construcción de un país más libre, más justo y más fraterno. La Asamblea Constituyente, reunida en sesión plenaria el 2 de abril de 1976, aprueba y decreta la siguiente Constitución de la Republica portuguesa”.

España: “La Nación española, deseando establecer la justicia, la libertad y la seguridad y promover el bien de cuantos la integran, en uso de su soberanía, proclama su voluntad de: Garantizar la convivencia democrática dentro de la Constitución y de las leyes conforme a un orden económico y social justo. Consolidar un Estado de Derecho que asegure el imperio de la ley como expresión de la voluntad popular. Proteger a todos los españoles y pueblos de España en el ejercicio de los derechos humanos, sus culturas y tradiciones, lenguas e instituciones. Promover el progreso de la cultura y de la economía para asegurar a todos una digna calidad de vida. Establecer una sociedad democrática avanzada, y Colaborar en el fortalecimiento de unas relaciones pacíficas y de eficaz cooperación entre todos los pueblos de la Tierra”.

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