José Saramago, en el libro Ensaio sobre a Cegueira («Ensayo sobre la ceguera»), nos describió un mundo donde, debido a una enfermedad, en este caso, la ceguera, las personas sobrepasaban los límites de todo lo que conocían a causa del miedo. Una situación nueva que llevaba al límite a la humanidad.
Toda esta situación, descrita en un libro, se convirtió en una hermosa película con Julianne Moore, aunque es verdad que el miedo es más peligroso que cualquier enfermedad, y esto lo estamos viviendo con el virus que ha venido de China, y que ha hecho que Europa «cierre sus puertas» para contener al máximo una enfermedad que promete cambiar nuestras vidas.
No quiero centrarme en el desarrollo de la enfermedad o en el número de casos, a través de una narración exacta y verídica de lo que está pasando, porque eso es lo que he estado haciendo en las noticias que hago para EL TRAPEZIO. No, hoy quiero hablar un poco de mi experiencia personal en este escenario de guerra que todos vivimos, y que jamás pensamos tener a nuestras puertas; en nuestros hospitales.
Cuando oímos hablar por primera vez del coronavirus, o Covid-19, fue aún en 2019. Es decir, hace poco más de tres meses. Sólo que, en las últimas tres semanas (digo tres semanas porque mi «cuarentena» comenzó un poco antes, debido al transporte público), todo cambió, y hoy sentimos que 2019 fue hace tres, o treinta años. Ha cambiado todo tanto, y tan de repente, que empezamos a temer por nuestra forma de vida. El tan hablado estilo de vida europeo, donde podemos ir a donde queremos, y donde tenemos (de formas diferentes, es verdad) una vida simple y sin sobresaltos.
Sólo que todo cambió en un abrir y cerrar de ojos. Quiero decir, nos advirtieron. Sólo había que mirar el caso chino. Nosotros, y cuando hablo de nosotros, no me refiero sólo a Portugal o España, sino a toda Europa (retiro de esta ecuación al resto del mundo porque, de momento, la zona más azotada por esta pandemia es, realmente, nuestro «viejo» continente), no hemos querido creerlo. Todo el mundo pensaba que era algo muy lejano; sólo que la distancia se ha vuelto cercana, demasiado cerca.
Los primeros casos llegaron a «cuentagotas». De hecho, hemos estado días hablando del primer portugués que fue infectado, mientras trabajaba en un crucero que estuvo varios días en Japón. Pero ese fue el primer caso. Ya son tantos, que ya no damos nombres, sólo números. Números que llenan nuestros noticieros durante las 24 horas al día. Los otros programas no existen. O fingen que no existen.
Si al principio, cuando se anunció el cierre de las escuelas, vimos a gente en las playas y en fiestas, que parecía haberse convertido en una moda, ahora la gente está en casa. No digo que todo el mundo esté siguiendo las normas, lo cual se demuestra fácilmente con las salidas «excesivas» para practicar deporte junto al mar, en un momento en que el país ya está en fase de mitigación, y en donde la posibilidad de una vuelta escolar empieza a ser un espejismo.
Pero, ¿qué se puede hacer en casa? La lista de actividades es larga, y si eres como yo, tu día se dividirá entre el teletrabajo, y la ayuda a los niños que han visto interrumpidas sus actividades escolares. Ellos, como nosotros, están en casa preguntándose cuál será nuestro futuro. Todos los planes comienzan a ser anulados, la Eurocopa se ha pospuesto para el próximo año (lo que nos convierte en la única selección de la historia de la competición que será campeona durante cinco años. Después de todo, ¡no todo es malo!, ¿no?), y las celebraciones del 10 de junio no se llegaron a celebrar. Esto hace que los días se vivan en presente, y nuestro presente se resume en salir a «buscar comida» (estas palabras no son mías, pero creo que resumen de la mejor forma el sentimiento que ningún europeo pensó sentir en 2020); hacer cola en la puerta de la farmacia, y desesperarnos poco a poco con las noticias que vemos en la televisión, y que hace que todos estemos atormentados, con un futuro incierto.
Todos somos expertos en medicina y en teorías de la conspiración, pero alguien ya ha pensado, de una manera racional, sobre cómo será el primer día después del fin de la cuarentena y de la erradicación del Covid-19 (lo que parece que va a tardar un tiempo, ya que se habla de una segunda ola al final del invierno, y las vacunas todavía están en fase de pruebas). António Costa explicó, en su entrevista en TVI, que los daños serán evaluados en junio, y el escenario que nos pintan es de todo, menos bonito. Pasamos de un país que vivía en estado de gracia con hordas de turistas y el presidente más afectuoso del mundo, a estar encerrados en nuestras casas haciendo cuentas del dinero que nos va a salir del bolsillo cuando acabe todo esto.
Al final, tendremos bajas, después de todo, estamos en una «guerra»; un continente paralizado por un cambio. Pero, ¿qué cambios serán esos? Personalmente, espero que salgamos fortalecidos como personas y como unidad, pero son muchos los peligros que se esconden, y no sólo debemos tener miedo del coronavirus. Este es un sentimiento que está presente en los corazones de todos nosotros, pero no debe corroernos.
Será difícil, pero todos juntos saldremos de esta. Cuando habló al país, Marcelo Rebelo de Sousa recordó los 900 años de nuestra historia, y los logros de un grupo de hombres provenientes de un país pequeño, en tamaño, pero grande en corazón, que fueron contra todo lo que conocían, y partieron en un viaje que transformó al mundo en lo que hoy conocemos. Felipe VI hizo un discurso similar en España, donde recordó la grandeza de un pueblo. Pueblos que fueron grandes, y siempre lo serán. Pueblos que ya han enfrentado mucho, y van a seguir haciéndolo de la misma manera, con la cabeza erguida, y honrando la memoria de «nuestros egregios abuelos».
Sé que apelar a los nacionalismos es, quizá, demasiado, y que nuestro tratamiento debe hacerse de forma aislada; y esto se está haciendo a escala mundial con el cierre de fronteras, pero nuestra recuperación debe hacerse con unidad. No sólo como país, o como Estados ibéricos, sino como europeos orgullosos. Un plan Marshall 2.0, o un plan Van Der Leyen, el nombre es lo que menos importa, es nuestro futuro. Yo, y todos los jóvenes que, de alguna manera, se ven afectados por la falta de escuela o de oportunidades de trabajo, queremos recuperar nuestro futuro. Queremos nuestro futuro; nuestra vida sin miedo, y la oportunidad de caminar por las calles sin miedo, y abrazar y besar a nuestra familia. Queremos todo eso de vuelta, y lo tendremos. Sólo que no ahora. Dentro de un tiempo volveremos más fuertes y listos para nuevos desafíos. Ahora debemos continuar nuestra lucha y quedarnos en casa.
¡Quédense en casa! Sólo así este maldito virus va a pasar. El «mañana» volverá a ser brillante, y nuestro miedo va a desaparecer.
Seguiré informando de la guerra en la que vivimos, y soñando con un futuro donde el sol vuelva a brillar sobre nuestras cabezas.
Andreia Rodrigues es licenciada en periodismo por la Escuela Superior de Comunicación Social de Lisboa (ESCS) y es una apasionada de todas las formas de comunicación. Contar nuevas historias y descubrir nuevas culturas es algo en lo que trabaja todos los días.