Durante la Antigüedad, en la parte suroccidental de la península Ibérica, todos los caminos llevaban a Augusta Emerita, una de las tres primeras capitales provinciales de Hispania, en concreto de la provincia de Lusitania. Tiempo después, con la expansión del cristianismo, y a pesar de que la capital política del reino visigodo se estableció en Toledo, Mérida siguió siendo urbe receptora de gentes, particularmente de peregrinos que acudían a visitar la tumba de Santa Eulalia, la niña mártir. Ya en época islámica, la ciudad emeritense cedería el testigo de centro político y cultural del oeste andalusí a Badajoz, la cual se erigiría en capital de un extenso reino durante el siglo XI. A partir de mediados del siglo XII, tras la conquista portuguesa de Lisboa, ésta se convertiría en la heredera capitalina de la tradición emeritense y badajocense, o, lo que es lo mismo, de la tradición territorial lusitana. Desde entonces, todos los caminos (políticos y económicos) del occidente peninsular conducen a Lisboa. La excepción es el camino ferroviario acorde con la modernidad del siglo XXI, pero ese es tema para otro artículo.
Pero además del desplazamiento hacia el oeste del eje lusitano, la Edad Media fue el tiempo en que se desarrollaron otros caminos que miraban a poniente, en este caso hacia el noroeste peninsular: Santiago. El reino asturleonés, al que pertenecían las actuales regiones de Galicia y el norte de Portugal, fue receptor durante los siglos VIII-X de cristianos procedentes de la antigua Lusitania (“mozárabes”), de las reliquias eulalienses e incluso de la sede arzobispal de Mérida. Los restos de la mártir llegaron a Oviedo, en cuya catedral se conservan según la tradición, y la santa emeritense es hoy patrona de la capital asturiana. La dignidad metropolitana de la Iglesia lusitana fue traslada de Mérida a Santiago a comienzos del siglo XII en una artimaña política del obispo Diego Gelmírez. Y un sinfín de cristianos arabizados (también algunos musulmanes) transitó hacia tierras leonesas, asturianas o gallegas con el correr de los siglos altomedievales. Las razones para marchar al norte fueron múltiples, desde huidas por persecuciones puntuales (tras la conquista árabe, en tiempos de crisis emiral, en época almorávide y, sobre todo, almohade, etc.) hasta las emprendidas por motivaciones devocionales.
La peregrinación a Compostela tuvo su época de esplendor entre los siglos XI y XIII, especialmente la desarrollada por el conocido en la actualidad como Camino Francés, como recurso político-religioso y económico de los reinos hispánicos en unión del occidente y centro europeos. Sin embargo, en lo que aquí interesa, fue seguramente anterior el movimiento de cristianos de al-Andalus que provocó el eco del descubrimiento (inventio) de la tumba de Santiago en Compostela a partir de inicios del siglo IX. Sin entrar en las contradicciones de este suceso legendario y de marcado provecho político del reino astur, resulta lógico pensar que los “mozárabes” fueran los primeros enterados e interesados (amén de los propios vasallos del rey Alfonso II de Asturias, que fue el primero en peregrinar) en establecer un itinerario devocional entre Galicia y al-Andalus. Ahora bien, vaya por delante que esta ruta (valga el término turístico) no está lo suficientemente documentada como para considerarla un camino histórico -como sí lo fue el francés- aunque cierta argumentación contextualizada en el espacio-tiempo y la perspectiva cultural actual sirvan para su revalorización.
Siguiendo esta suposición histórica, en tiempos recientes se ha impulsado el denominado Camino Mozárabe que, partiendo de diferentes orígenes andaluces, atraviesa las comarcas extremeñas de La Serena y Vegas Altas hasta llegar a Mérida, desde donde se prolonga hacia el norte por la Vía de la Plata y sus ramificaciones. Una de estas ramificaciones se ha venido en llamar, también recientemente, el Camino de la Estrella por hacerlo partir del arco cacereño de igual nombre y tomar dirección de la portuguesa Serra da Estrela. Ciertamente, este itinerario acusa mayor fundamento histórico “mozárabe” que el de la Plata, puesto que la lógica viaria hacia el noroeste durante la Alta Edad Media atravesaba el río Tajo por el Puente de Alcántara y no por el de Alconétar (probablemente destruido ya en aquel tiempo). Desde Alcántara se abrían dos posibilidades principales, hacia Coria y Sierra de Gata siguiendo la Vía Dalmacia o hacia Egitania (Idanha a Velha) y Serra da Estrela. Este último trayecto suponía para los cristianos andalusíes transcurrir por ciudades y territorios con notable presencia “mozárabe”, como Coimbra, Guarda o Viseu, donde había multitud de monasterios. Entre los siglos VIII y XI aquellas áreas fueron muy disputadas por asturleoneses y andalusíes. Su riqueza fronteriza y multicultural aún se palpa en el ambiente.
Hoy cualquier camino llega a Santiago, cualquier camino peninsular es capaz de sumergir en la Historia. A los contrastes entre el norte cristiano y el sur musulmán se unieron después los derivados del oeste portugués y el este español. Entremedio, una infinita variedad de mezcolanzas étnicas, religiosas y lingüísticas –como fue de hecho el fenómeno mozárabe- que convierte a los itinerarios que cruzan la Raya en verdaderas inmersiones de largo alcance cultural. El Camino de la Estrella es uno de ellos.
Juan Rebollo Bote