Los cortesanos portugueses en el preludio, auge y caída de la Unión Ibérica de Coronas

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¿Los 60 años de Unión Ibérica de Coronas (1580-1640) bajo la monarquía hispánica de los Felipes fue un periodo corto o largo? Dada la dificultad histórica de convergencia entre los Reinos de Portugal y Castilla, a pesar de sus vínculos comunes con el antiguo Reino de León y compartir las mismas fuentes culturales y religiosas de civilización, parece que ese periodo fue una “breve eternidad” para quienes lo estudian, lo sufren y lo disfrutan.

A pesar del gran acontecimiento histórico de la muerte del rey Sebastián (1554-1578; sobrino de Felipe II), como factor determinante en la gestación de la Unión Ibérica, hay que constatar que hubo un terreno abonado previo que permitió esa complicada unión. Por tanto, la historia de la Unión Ibérica comienza algunas décadas antes, con la diplomacia estratégica de la creación de linajes aristocráticos mixtos luso-castellanos: una Intelligentsia ibérica.

Los compromisos asumidos en el juramento de Tomar (1581) tienen precedentes en avanzadas negociaciones en pro de la unificación peninsular de la corona (respetando los reinos) con Manuel I, entre los Avis y los Reyes Católicos, y, posteriormente, con Miguel de la Paz. Heredero de las coronas de Castilla, Aragón y Portugal, Miguel de la Paz (1498-1500), hijo de Manuel e Isabel de Aragón (hija mayor de los Reyes Católicos que murió en el parto), fue una esperanza frustrada. En un segundo matrimonio Manuel casó con la hermana de Isabel de Aragón: María de Aragón, abuelos de Felipe II.

 

Isabel de Avis, madre de la Unión Ibérica

Una figura clave para ese éxito inicial es la portuguesa Isabel de Avis (1503-1539), madre de Felipe II, reina consorte de Carlos V (casada en 1526), y gobernadora del Imperio hispánico (sin Portugal) en los largos periodos de ausencia de su marido. Fueron 13 años de matrimonio (1526-1539) y cuatro de Regencia (1529-1533). Isabel estimuló, directa o indirectamente, la presencia estable de un grupo de portugueses venidos en varias oleadas.

Isabel de Avis, nieta de los Reyes Católicos e hija del rey Manuel y María de Aragón, ayudó a castellanizar al emperador Carlos V, siendo la candidata de los procuradores de Castilla, después del trauma de los comuneros. Ella dominaba el castellano y él tardó unos años en hablarlo. La reina se trajo de Portugal un importante séquito de cortesanos lusos que dejaría huella. No obstante, por presión castellana, los cortesanos portugueses fueron siendo defenestrados hasta reducirse, en 1530, a un grupo feminizado pero decisivo. En el entorno de las infantas las servidoras portuguesas se hicieron fuertes. El control de las infantas recayó en la camarera mayor Guiomar de Melo, en Leonor de Mascarenhas y en Maria de Leite.

A los 12 años, Felipe II (1527-1598), muy lusitanamente enmadrado, sufrió la pérdida de su madre Isabel de Avis (38 años). Esta fue reemplazada por otra portuguesa (que vino de Portugal con Isabel), Leonor de Mascarenhas, en la crianza de Felipe II. El modelo de corte de Felipe II siempre fue el de su madre: sus estilos y sus costumbres.

 

Los Moura y los Éboli, líderes de una intelligentsia iberista

Isabel fue también madre adoptiva e indirecta de la saga luso-castellana de los Éboli y de los Moura. El movimiento religioso observante que seguían algunos cortesanos portugueses se convertiría en uno de los pilares del partido ebolista (más pacifista y federalista) que disputaría el poder, al partido castellanista, durante la Unión Ibérica. Aunque Isabel murió cuatro décadas antes de la Unión Ibérica, dejó su semilla para establecer una alianza entre ambos reinos, respetando la integridad de Portugal.

Los cortesanos portugueses en Castilla aumentaron en la década de los cuarenta del siglo XVI por la boda entre el príncipe Felipe (II) y la infanta lusa Maria Manuela de Avís (sobrina de Isabel), princesa consorte (1543-1545) durante dos años, muriendo sin llegar a ser reina. Maria Manuela trajo a Castilla un numeroso séquito de más de 200 personas a su servicio, entre portugueses y castellanos, muchos de ellos servidores desde 1525 de Catalina de Austria (hija de Felipe el Hermoso y Juana La Loca; nacida en Palencia y criada en Tordesillas; regente de Portugal entre 1557 e 1562). Al morir Maria Manuela se decidió que algunos de estos cortesanos regresaran a Portugal. El resto, 43 servidores, continuaron sirviendo en las distintas casas de la familia real castellana.

El hermano de Maria Manuela, el príncipe heredero João Manuel (1537-1554) se casó en 1552 con Juana de Austria (1535-1573), nacida en Madrid, criada entre cortesanos portugueses e hija de Isabel y Carlos V. De esta unión nació el célebre rey Sebastián. Tras la muerte de João Manuel, Juana volvió a España con parte de sus cortesanos, entre ellos, Cristóvão de Moura, que viajaba continuamente entre España y Portugal como mensajero al servicio de Juana. Fue Felipe II quien pidió que Juana asumiera la regencia en España (1554-1559), periodo en el cual, así como a lo largo de su vida, siguió rodeándose de portugueses en un momento que emergía el partido ebolista.

Cristóvão de Moura (1538-1613; en adelante Cristóbal de Moura) fue el gran artífice de la diplomacia previa a las Cortes de Tomar, responsable del clientelismo y la negociación con la aristocracia portuguesa que legitimó a Felipe II como Filipe I de Portugal. El éxito de esta unión le catapultó al círculo de confianza de Felipe II y se convirtió en un gran terrateniente. Felipe II estuvo un poco más de dos años en Lisboa (Diciembre de 1580- Febrero de 1583), esto supuso una importante experiencia lusa para los cortesanos castellanos que se trasladaron junto al rey. En 1581, Moura se convertiría en vedor da Fazenda. También fue consejero de Estado y Guerra, miembro de la Junta de la Noche y el Consejo de Portugal, y Sumiller de Corps del rey entre 1592 y 1599, así como virrey de Portugal en tres periodos: de 1600 a 1603, nuevamente en 1603, y de 1608 a 1612.

El partido ebolista fue clave en los contrapesos que se daban en la corte castellana. El príncipe de Éboli fue Rui Gomes da Silva (1516-1573; en adelante Ruy Gómez de Silva), quien estuvo 19 años al servicio al rey y muchos más de amistad. Ruy entró en Castilla en el séquito de Isabel de Avis, por ser nieto de Rui Teles de Meneses, señor de Unhão y mayordomo mayor de Isabel. El nacimiento del príncipe Felipe en 1527 motivó la cercanía de Ruy al pequeño, al ser nombrado paje del príncipe tras la muerte de la emperatriz Isabel. Fue compañero habitual de juegos, lo que le unió en una estrecha amistad durante toda su vida.

En 1548, cuando Felipe tuvo casa propia, Ruy fue nombrado uno de los cinco gentileshombres de cámara del príncipe. A los 30 años estaba en el Consejo de Estado (1556) y fue contador mayor de Castilla e Indias (1557). Apodado como “Rey Gómez”, llegó a ser Sumiller de Corps (1556) hasta su muerte.

Ruy Gómez de Silva era 11 años mayor que Felipe II, mientras que Cristóbal de Moura tenía 11 menos. Este segundo consiguió superar en poder al primero, algo muy difícil de conseguir, aunque la propia Unión Ibérica, contemporánea sólo en el caso de Moura le haría ascender más alto. En ambos casos, sus hijos jugaron un papel clave en las relaciones entre ambos reinos, que, en el caso de Ruy, la saga iberista llega al nieto.

La saga de los Éboli continúa con Diego de Silva y Mendoza (1564-1630), conde de Salinas y marqués de Alenquer (título portugués), hijo de Ruy Gómez de Silva y Ana de Mendoza y de la Cerda, príncipes de Éboli. Diego sirvió a tres reyes –Felipe II, Felipe III y Felipe IV– en varios cargos relacionados principalmente con Portugal: consejero, luego presidente, del Consejo de Portugal en Madrid (1605-1616), y finalmente virrey y capitán general de Portugal (1617-1622). Al mismo tiempo, era un célebre poeta. Todas estas facetas se reflejan en las más de 520 cartas y memoriales cuidadosamente editados y anotados por Trevor J. Dadson, recientemente fallecido.

Diego de Éboli (así lo llamaré aunque historiográficamente a Diego de Silva y Mendoza se le conozca más como Salinas) se empadronó en 1601 en Castelo de Vide (Alentejo; Portugal) para estar matriculado como aristócrata y así poder aspirar a cargos portugueses, como así ocurrió en 1605 cuando hubo la vacante en el Consejo de Portugal. Diego de Éboli fue favorable a la visita de Felipe III a Lisboa de 1619, que llevaba años demorándose. Cristóbal de Moura muere em 1613, lo que facilita una reforma suave para armonizar el gobierno de los diferentes Reinos. Juan de Borja y Castro, miembro del Consejo de Portugal, era hijo de portuguesa. Con alguna excepción sin vínculo con Portugal, todos estos portugueses castellanizados o castellanos hijos de portugueses, que participaban en los cargos portugueses de la monarquía, no eran vistos por los portugueses nativos como portugueses auténticos, no obstante, su esfuerzo por lo general fue de defender los intereses del Reino de Portugal para que no dejaran de ser una prioridad para la monarquía católica.

Diego de Éboli no cesó de escribir memoriales políticos sobre las principales preocupaciones del Consejo de Portugal: la embajada del obispo de Canarias a Portugal (1612); las preeminencias de los marqueses de Portugal (1622); la recuperación de la Bahía de Todos los Santos en Brasil (1624: lo escribió después de dejar de ser virrey, por lo que conservaba buena información). Trevor J. Dadson afirmó que: El que Salinas tenga un estilo y modo de pensar tan suyos ha sido crucial en poder adjudicarle obras suyas anónimas y desconocidas, como el importante memorial que escribió a Felipe IV en el verano de 1624, en el que diseñaba un plan para recapturar la Bahía de Todos los Santos que los holandeses habían tomado en mayo de aquel año. Este documento ha yacido desconocido y sin atribuir en un manuscrito de la British Library desde su composición”. Relevado como virrey por orden del Conde Duque de Olivares en julio 1621, vuelve a Madrid en verano de 1622.

En un memorial de mayo de 1621, Diego de Éboli advertía que la unión a consecuencia de la “herencia, conquista y de compra”, no debía conservase por “presidios”, por lo que en 1624 propondrá que “es mejor que se sepa lo que ganaron las Coronas que se agregaron a Castilla que no lo que perdieron por agregarse a ella”, dado el ejemplo de Aragón como posible futuro de Portugal. Sobre los portugueses dirá que “a una mano tienen todos buen entendimiento; son presumidos, ambiciosos, sienten más las mercedes ajenas que los agravios propios; reconocen con dificultad mayoría, son encarecedores, quéjanse siempre los modestos; no levantan testimonios pero si los hallan levantados hácenlos andar. Hay en ellos excelentes marineros; mezclados con otras naciones son maravillosos soldados”. “Son naturalmente entre sí desunidos. (…) De estos defectos naturales en la nación pudiera resultar la mayor seguridad o presidio de ella, porque no puede dar cuidado aquella gente que no puede ni sabe juntarse”. Con cierta premonición de lo que ocurrirá en 1640 con la restauración de la independencia, avisa en 1621 que: “Procede Castilla con Portugal a un mismo tiempo con recelos y con confianza, porque, siendo los recelos del duque de Braganza y de la nación portuguesa, es tanta la confianza que se hace del duque que el Consejo de Portugal, que en Madrid reside, se compone del secretario Francisco de Lucena, que es su criado, de don Francisco de Braganza, que es su tío… y todo se va poniendo a la devolución del duque, y convendría o no confiar tanto o recelar menos, porque el amor del pueblo le tiene y la justicia que tenía  a esta Corona no será olvidada”.

Manuel de Moura (1592-1651), hijo de Cristóbal de Moura, participó en la preparación, financiación y gestión de la visita de Felipe III (II de Portugal) a Lisboa en 1619 (con el príncipe Felipe IV que ambos iban a jurar sus cargos), como una forma de demostración y su poder de influencia en la capital lusa. Dados los cargos de su padre en Lisboa, había vivido varios años en el Reino luso. Bien situado en la corte de Madrid como gentilhombre de la casa del príncipe. En 1621, Felipe IV le nombra miembro del Consejo de Portugal. Fue considerado anti-olivarista, al igual que la familia de los Éboli. Entre 1629 y 1630, Manuel de Moura estuvo en Lisboa para organizar la ayuda militar a Pernambuco contra los holandeses. Rechazó el cargo de virrey de Portugal ofrecido por Olivares.

 

La desintegración de la Unión Ibérica y la sucesión de defenestraciones

El Conde Duque de Olivares (1587-1645), Gaspar de Guzmán y Pimentel, contemporáneo a la Unión Ibérica, fue un firme partidario de una participación, proporcional entre Reinos, en dinero y soldados para las empresas militares de la Monarquía. La Unión de Armas (1626) rompe con los compromisos de Tomar que venían siendo deteriorados progresivamente, así como la ausencia de visitas del Rey o de presencias continuadas, cavarían el camino para la guerra de la restauración de la independencia portuguesa.

El Conde Duque de Olivares era de una rama menor de la Casa de Medina Sidonia. Para conservar la lealtad de Portugal, promovió el matrimonio (1633) de la andaluza Luisa Francisca de Guzmán con el entonces Duque de Braganza (futuro rey João IV de Portugal). En 1639 el Duque de Braganza fue nombrado Capitán General (gobernador general) de Armas de la Monarquía Hispánica en dicho reino por el prestigio que tenía en diferentes estratos sociales de Portugal.

El propio Conde Duque de Olivares en cuanto se entera de la revuelta de 1640 pasa a calificar al Duque de Braganza como “tirano” y se desespera por los errores en los nombramientos, en un contexto de muchos frentes militares abiertos para la Monarquía. Se da cuenta que, con ese nombramiento, el Duque de Braganza ha tenido tiempo para medir la temperatura de la revuelta y hacer lo que hizo Cristóbal de Moura seis décadas antes: cooptar cargos y soldados presentes en el Reino de Portugal o con alguna vinculación con el mismo. Incluso tiene espías en Madrid.

En 1637 se habría producido la sublevación de Évora, donde el Duque de Braganza públicamente no apoyó, pero que en privado mantenía simpatías. El Conde Duque de Olivares se quejó que un hombre bien informado como el Duque de Híjar, Rodrigo Sarmiento de Silva (1600-1664; en adelante: Rodrigo de Éboli), nieto de Ruy Gómez de Silva e hijo de Diego de Silva y Mendoza, no le informara a tiempo antes del levantamiento. En el Archivo Histórico Nacional (Sección Nobleza; Osuna; Legajo 455 nº369-75) existen diversos papeles de defensa de Rodrigo de Éboli contra el Conde Duque de Olivares referentes al levantamiento de Portugal y del Duque de Braganza.

El Conde Duque de Olivares acusó a Rodrigo de Éboli de haber colaborado con el levantamiento portugués al no avisar de la preparación del golpe. Rodrigo se defiende diciendo que su padre ya había avisado del perfil del Duque de Braganza y que ya no le invitaban a las reuniones sobre Portugal. Incluso Rodrigo se desvinculó de una conspiración para envenenar al Duque de Braganza, argumentando (con el supuesto ejemplo precedente) que Felipe II no lo quiso hacer con Antonio (prior de Crato). La sospecha es que Rodrigo en 1632 consiguió la resolución favorable de los pleitos que sostenía su familia, desde hace décadas, sobre la posesión del marquesado portugués de Alenquer. La duquesa consorte de Braganza, la española Luisa Francisca de Guzmán, a la que se atribuye la frase: “melhor ser Rainha por um dia, do que duquesa toda a vida”, era también una Éboli: era bisnieta de Ruy Gómez de Silva, sobrina segunda de Rodrigo de Éboli. Para probar la lealtad de Rodrigo con la monarquía hispánica se le envió a Ayamonte, donde no hubo una formación del ejército por la complicidad del Duque de Medina Sidonia con su hermana: la nueva Reina de Portugal.

La conspiración también implicaba el intento de convertirse el Duque de Medina Sidonia en rey de Andalucía. Finalmente este fue desterrado y parte de su patrimonio expropiado. En este caso, Rodrigo de Éboli salió ileso de las acusaciones. No fue de la misma manera en otra conspiración que Rodrigo se implicó supuestamente para convertirse en rey de Aragón en caso de que no pudiera ocupar el espacio de poder dejado por el Conde Duque de Olivares después de ser defenestrado y desterrado en 1643, cuyo poder ocupaba Luis de Haro como nuevo valido de Felipe IV. Rodrigo fue condenado primero al destierro en 1644, y después en 1648 dio con sus huesos en la cárcel (prisión perpetua, confiscación de bienes y cautiverio en las Torres de León). A pesar de las sesiones de tormento (tortura medieval), no reconoció su supuesta culpabilidad. En varias ocasiones, en torno a dichas conspiraciones, se habló de entregar Galicia a Portugal a cambio de un apoyo a la separación del Reino de Andalucía y el Reino de Aragón, así como entregar Navarra al rey de Francia a cambio de su apoyo. Felipe IV jamás perdono a Rodrigo de Éboli, falleciendo en prisión en la torre de la fortaleza de León el 2 de enero de 1664. Rodrigo fue rehabilitado post mórtem durante la regencia de la reina Mariana de Austria.

En los últimos años de la Unión Ibérica el grupo de cortesanos portugueses se fue reduciendo. Probablemente hubiese sido importante aprovechar el alto contingente de estudiantes portugueses en las universidades castellanas, como la de Salamanca, para haber mantenido los equilibrios de representación, en una unión que también tuvo una base cultural, bilingüista, literaria y universitaria. Quizá de aquella interacción, entre las universidades de Coimbra, Salamanca, Évora y Alcalá de Henares, podría haber sido más aprovechada para generar altos funcionarios habilidosos para preservación de la unión, o quizá simplemente se había llegado a una bifurcación histórica, sin punto de retorno, en un contexto de tormenta perfecta de rebeliones. Entre 1634 y 1640, Margarita de Saboya, bisnieta de Isabel de Avis, fue virreina de Portugal en la recta final Unión Ibérica, cuya vida fue respetada por los independentistas portugueses.

Felipe IV de España (III de Portugal) murió en 1665 sin firmar la paz. La española Luisa Francisca de Guzmán, duquesa consorte de Braganza fue quien empujó en 1640 a su marido a organizar el levantamiento independentista, sabiendo del amplio apoyo social. El nuevo rey luso, el Duque de Braganza, murió en 1656, y durante la Regencia de la andaluza (1656-1662) consiguió victorias decisivas en varias batallas. Ella murió en 1666. En 1667, un golpe palaciego derroca a su hijo el rey Afonso VI de Portugal (con aparentes problemas psicológicos y sexuales) siendo desterrado, humillado y posteriormente encarcelado. Este golpe fue una conspiración de la reina, mujer de Afonso VI, y su hermano, que acabarían casándose (entre cuñados). En 1668 se firmó la paz peninsular con el Tratado de Lisboa entre Pedro II y Mariana de Austria, personajes alejados de la experiencia ibérica de unión de coronas en tiempos de paz.

Pablo González Velasco

 

Nota: Como bibliografía recomiendo la lectura del libro Ruy Gómez de Silva, príncipe de Éboli, su tiempo y su contexto, donde destacan los artículos de Félix Labrador Arroyo, Santiago Martínez Hernández y Trevor J. Dadson, fruto de una investigación con fuentes primarias.

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