¿Quién se ha llevado mi jamón?

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Hace unas dos semanas, periódicos de España y del mundo han estado difundiendo, con cierto revuelo, la noticia de que algunos empresarios se han llevado cientos de ejemplares de la raza porcina «pata negra» a Texas, con el objetivo de producir y comercializar, en los Estados Unidos, algo muy cercano al «jamón ibérico», y de ahí exportarlo a otros países.

Digo alboroto porque, en muchas de esas informaciones periodísticas, casi se podía oír sonar los tambores de guerra, o gritos (en cierta, forma justificados) de indignación por parte de los redactores de turno.

Quienes se tomaran la molestia de proseguir la investigación llegarían a la conclusión de que la tierra del Tío Sam no carga sobre sus hombros una responsabilidad exclusiva por lo ocurrido, puesto que algunos de los posibles involucrados en la operación en cuestión son españoles. Además, el proyecto se viene desarrollando desde 2014, cuando llevaron 150 ejemplares del cerdo «pata negra» a algunas granjas texanas. Por lo tanto, quejas prematuras.

Para entender si ha habido o no violación del derecho de los productores rurales ibéricos, o incluso afrenta a la soberanía española, debemos abordar dos preguntas: ¿la raza «pata negra» es patrimonio de algún país?; ¿el método de fabricación y el nombre del producto «jamón ibérico» están protegidos por algún convenio o tratado internacional?

La primera pregunta puede sorprender a algunos de los lectores, acostumbrados quizá a tratar el concepto de biodiversidad como algo amazónico o submarino, pero el hecho es que ese término también se aplica, en ciertos casos, a especies domésticas.

En febrero de 2019, por ejemplo, la FAO (órgano de las Naciones Unidas) emitió un comunicado en el que dejó claro que la biodiversidad para la alimentación y la agricultura incluye a todas las plantas y animales – silvestres y domésticos -, que nos proporcionan alimentos, combustible y fibra.

Y eso es una consecuencia, a la vez obvia y fascinante, del hecho de que el ser humano, al domesticar a algunos seres vivos, los transformó y diversificó, dando nacimiento a nuevas especies y – dentro de las especies – a nuevas razas, creando así la «biodiversidad doméstica».

Por esta razón, el Convenio sobre Biodiversidad protege algunas fracciones de la variabilidad de organismos que se espera que se utilicen o puedan utilizarse. Según el CDB, las partes tienen «el derecho soberano sobre sus recursos genéticos y la posibilidad de prohibir el uso del derecho de propiedad intelectual sobre organismos vivos». ¿Sería la raza «pata negra» un «recurso genético» perteneciente a Portugal y España? Parece que hay suficiente evidencia para apoyar esta tesis.

El problema es que, en este caso, sería difícil invocar (y hacer valer) ese instrumento en defensa de los intereses españoles, porque algunos países, como los Estados Unidos, no han ratificado ese tratado multilateral. Por lo tanto, no están obligados a respetar (y no respetan) los principios del Convenio.

La segunda pregunta es menos perniciosa; aunque, en el caso concreto, su respuesta no esté en absoluto exenta de controversias.

Tanto España como Estados Unidos, han firmado y ratificado el Tratado de París (no el infame de 1898, sino el sublime de 1883), cuyo principal objetivo es tutelar los derechos de propiedad industrial. El Convenio de París establece que los Estados contratantes deben adoptar medidas contra el uso directo o indirecto de falsas indicaciones relativas al origen del producto o a la identidad del productor, fabricante o comerciante.

Sin duda, el jamón ibérico y su proceso de fabricación se encuentran regulados en España en la norma de calidad ibérica aprobada en 2014. La ley exige el uso de sellos cuadricromáticos para que el consumidor distinga por raza (ibérico puro o cruzado con Duroc, la raza americana más productiva), y por alimentos (bellota o ración).

La cuestión es: aunque ya haya sido certificado con cuatro denominaciones de origen protegidas, no sólo en España, sino también en la Unión Europea, no hay protección automática o incondicional para la expresión «jamón ibérico» en productos fabricados y vendidos en Estados Unidos. En cuanto los cerdos embarcados entraron en aguas internacionales, el nombre y la reputación del jamón ibérico pasaron a estar a la deriva.

Si sirve de consuelo, los Estados Unidos tienen una mala reputación con respecto a las denominaciones de origen europeas. Los conflictos entre los Estados Unidos y la UE suelen producirse porque los productores estadounidenses violan nombres como champán; jerez; puerto, o quesos europeos.

Aunque no recibirá etiquetas de denominación de origen, el jamón texano o georgiano podrá comercializarse en América del norte como «jamón ibérico americano» o «carne ibericus», aunque la dieta ofrecida a los cerditos y el método de elaboración del jamón sean sustancialmente distintos de sus contrapartes peninsulares.

Pero si el lector ha perdido las esperanzas en cuanto a las posibles consecuencias del empleo de la palabra «ibérico», «iberian» o equivalentes, en el producto que en un futuro próximo será exportado por los Estados Unidos, pido que no se desanime del todo antes del fin de este artículo.

Recuerdo a mi querido interlocutor que la tierra de Donald Trump se ha adherido también (aunque tardíamente) al Acuerdo de Madrid de 1891, totalmente dedicado a la represión de las falsas indicaciones geográficas, bien por medio de la prohibición de la importación del producto, que contiene la falsa indicación, bien mediante su incautación en el momento de la importación, o con sanciones punitivas de otro tipo. El Gobierno español podría intentar, a través del arbitraje o de los paneles de la Organización Mundial del Comercio, exigir alguna reparación de los Estados Unidos sobre la base del Acuerdo de Madrid.

Por último, como observación realista (u optimista, si el lector así lo prefiere) creo que el daño causado por el producto americano puede no ser tan grave como imaginábamos. El jamón ibérico de bellota es imposible de imitar, y cualquier intento de copiarlo fuera del hábitat original, no sólo causaría un problema de calidad en el paladar, sino también un serio riesgo para la salud. Así, guiado por la publicidad generada por el jamón-réplica, el consumidor de preferencias más refinadas tarde o temprano buscará el producto original. Se cumplirá, pues, ese viejo adagio de la sabiduría popular: el plagio es hijo de la admiración y hermano gemelo del homenaje.

Danilo Arantes

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