Una línea imaginaria divide uno de los más bellos pueblos ibéricos, en plena zona rayana zamorano- lusitana, en dos nacionalidades, la española y la portuguesa. Un enclave único en España.
Rihonor para los españoles, Rio do Onor para los lusitanos, el mismo lugar, la misma arquitectura, un río que al mismo tiempo que une y separa, canta con una misma voz jotas zamoranas y fados portugueses. Sus aguas cristalinas llevan notas que se funden con la pizarra de los tejados, negros como la muerte, con el verdín de sus callejuelas y con un mismo sentir, el de sus habitantes, que llevan a gala su pertenencia a la vieja Iberia.
La comarca de Pedralba de la Pradería pertenece al sur de lo más recóndito de la Sierra de la Culebra, lugar de avistamiento del lobo ibérico, especie singular donde las haya, majestuoso en su porte, imagen de leyendas y de cuentos. Paisaje montañoso, ondulante, de ahí su nombre, Culebra, por el parecido a las curvas que describe el ofidio en su deambular. Mantiene la frondosidad de un bosque plagado de pinos resineros, castaños, robledales, encinas, alcornoques y madroños, sauces, fresnedas y choperas. Retamero, tomillar, jareño y brezal al que da vida el cauce que lo alimenta hasta descender hasta el pueblo en el que divide sus calles el río Fontano, conocido, a su vez, por otros nombres, Comtensa o río Onor en su vertiente portuguesa. Equidistante, tan sólo lo separan 22 kilómetros de Braganza, concejo al que pertenece y 16 de Puebla de Sanabria.
En la Edad Media integrado en el antiguo Reino de León, siendo repoblado por sanabreses. Sus calles fueron testigos mudos de siglos de conflictos entre el Reino leonés y el portugués, convirtiéndose en un enclave fronterizo de vital importancia en las centurias pasadas, situación que se estabiliza durante el siglo XIII al quedar adscrito a los dominios del Condado de Benavente. En 1834 se engloba en León dentro del partido judicial de Puebla de Sanabria. Unos años más tarde, en 1850, la zona española entra a formar parte de Pedralba de la Pradería, término municipal en el que permanece hasta hoy.
Conserva una peculiaridad única en la península ibérica, el formar una unidad dentro de los dos países hermanos. Su división entre ambos pueblos no es tal dado que sus habitantes simplemente se refieren a ello como ‘pueblo de arriba’ y ‘pueblo de abajo’ o bien como ‘povo do cima’ o povo do abaixo’, según sean estos españoles o portugueses.
Otra de sus significaciones específicas reside en contar con un dialecto propio el rihonorés, un dialecto del leonés que aún recuerdan los más ancianos del lugar.
Sus habitantes usan de manera indistinta ambos idiomas, lo que se hace patente en los dos bares que abastecen al pueblo de ocio y de cultura, amén de viandas con las que saciar el apetito cuando llega la hora del aperitivo. Ambos se encuentran en la zona portuguesa donde sin duda se puede degustar el mejor queso y el más exquisito chorizo procedentes del ganado de la zona a un precio más que asequible
El camino discurre por una encantadora carretera de montaña, curvilínea y frondosa haciendo de su entorno un verdadero alimento para los sentidos de los amantes de la naturaleza.
En época otoñal pueden contemplarse las nieblas bajando de las montañas hacia el bosque, cubriéndolo con un rocío que transporta al visitante a épocas remotas donde la paz y el lento trascurrir del tiempo curan el alma rápida propia del siglo presente. Los colores con los que se viste la naturaleza calman el espíritu y sosiegan la mente con los rojos furiosos y los amarillos dorados que brillan entre brumas espesas que invitan al silencio.
Su arquitectura dotada de casas de piedra a dos alturas y sus empedradas callejuelas resultan un remanso que tan solo es salpicado por el repiquetear de las aguas del río que bajan cantarinas hacia su destino final.
El verde intenso de sus praderas se ve alterado por una diminuta represa que encauza el agua formando una pequeña cascada en la que el líquido elemento se torna blanco frente a su torrente oscuro propio de un río montañés. Una casita de piedra, y tejado a dos aguas vestido de negro, contempla melancólica el discurrir del rio que pasa besándole los pies en señal de cortesía.
El musgo siempre húmedo crece en cada adoquín formando calles de singular belleza desde donde descubre los balcones de arquitectura tramontana. Sus verdes puertas y barandillas de madera observan el devenir del tiempo, en paz y silencio, tan sólo salpicado por dos idiomas ibéricos, el portugués y el castellano.
Beatriz Recio Pérez