Historia e historias de proximidad: La ruta de Fernán Centeno

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En ocasiones, la leyenda nubla la historia. Son innumerables los acontecimientos y personajes históricos que dejan una profunda huella en un determinado territorio y en la memoria colectiva de las gentes que lo habitan. Cuando los ecos de la tradición oral son plasmados por escrito, sin fundamento científico en muchos casos, se convierten en axiomas difíciles de modificar pasado un tiempo. Enorme labor, qué duda cabe, la de los eruditos o estudiosos que las registraron sin los medios oportunos -o formación suficiente- para acometer sesudas investigaciones que permitieran separar la realidad de la ficción. ¡Pero qué sería de los pueblos y paisajes sin leyendas a ojos del romántico viajero! La leyenda frecuentemente es poesía y, como tal, adereza la carga simbólica y antropológica de las comarcas más vírgenes, o menos urbanizadas. Enmarquemos, pues, lo legendario en el mundo de la belleza y admirémoslo, pero seamos conscientes de las limitaciones que ofrece para entender la realidad.

Fernán Centeno fue un personaje real, vivió en el siglo XV. Sin embargo, sus hechos se hallan cubiertos por las brumas de la historia. Gervasio Velo y Nieto, insigne historiador serragatino, nos legó el primer esbozo serio de su biografía allá por el año 1958 y refutó su leyenda como bandolero que habían propugnado Daniel Berjano y Publio Hurtado, aunque cayó en la adulación de su carácter noble, valeroso y leal imbuido por el paradigma nacional-militar de mediados del siglo XX. A él remitimos, en todo caso, para profundizar en la figura, genealogía y hechos de Hernán Centeno “el Travieso”, señor del castillo de Rapapelo, tal y como Velo y Nieto titula su artículo.

Este señor de la guerra nació en Ciudad Rodrigo y su familia era una de las más esclarecidas del solar mirobrigense. Los Centeno tenían posesiones entre ambas vertientes de la Sierra de Gata, por lo que Hernán ostentaría buen conocimiento de la zona donde actuaría pasado el ecuador del siglo XV. Fue el suyo un contexto conflictivo, pues a las luchas por obtener la dignidad maestral de la Orden de Alcántara en Extremadura, se superpusieron las parcialidades nobiliarias que afloraron en la segunda mitad del reinado de Enrique IV y en la subsiguiente guerra de sucesión entre los partidarios de Juana “la Beltraneja” y de Isabel “la Católica”. Tal vez el mirobrigense conoció a Alonso de Monroy, célebre “clavero” y maestre alcantarino, que hacia 1464-65 hizo acto de presencia en la Sierra de Gata, donde su linaje tenía posesiones (en el Valle del Árrago) y donde Enrique IV le había confiado la conquista de Trevejo, cuyo comendador Diego Bernal era contrario a los intereses del rey, aunque poco después fue repuesto en la fortaleza trevejana. Años más tarde, habiendo sido hecho prisionero Alonso de Monroy por Francisco de Solís, con quien rivalizada por la dignidad maestral, Fernán Centeno acometió por su cuenta una nueva conquista del castillo de Trevejo. Corría el año 1474.

Al mismo tiempo que se hacía con Trevejo, Centeno se apoderaba también del castillo de Eljas, perteneciente a la Orden de Alcántara. Parece ser que “el Travieso” tenía su base de operaciones en las alturas serranas que dividen las vertientes septentrional y meridional de la Sierra de Gata y que hoy se conocen como “las torres de Fernán Centeno” / “As.torris de Felnán Centenu”, entre los términos de Eljas y San Martín de Trevejo. Es éste uno de los lugares donde es difícil de discenir entre la historia y la leyenda. Sin estudios arqueológicos, las curiosas formaciones graníticas que se alzan frente a la cumbre de Jálama / Xálima, no permiten asegurar la existencia aquí de un recinto castrense, el también conocido como castillo de Rapapelo. Acaso fuera un simple fortín o torre-vigía a la manera de la Almenara de Gata. Sea como fuere, lo cierto es que durante varios años Centeno se hizo dueño y señor de la parte más occidental de la comarca serragatina, defendiendo esta parte del reino de las posibles acometidas de los partidarios de Juana la Beltraneja y de Alfonso V de Portugal.

Fijado el gobierno del maestrazgo de Alcántara en la figura del placentino Juan de Zúñiga y concluida la guerra castellana en favor de los Reyes Católicos, se nombró a Fernán Centeno -siempre siguiendo a Velo y Nieto- alcaide de las fortalezas de Eljas, de Peña de Fray Domingo (o de Sequeros) y de Godos (o de Ramiro, en el término de Zarza la Mayor) y ciertas rentas y dominios en lugares del sur salmantino como Peñaparda, Robleda y El Payo, así como en la encomienda de Trevejo. El ejercicio de su potestad o mando sobre estos enclaves y sobre sus habitantes es otra de las circunstancias sobre las que los distintos autores no se ponen de acuerdo, pues mientras que para unos fue un buen señor y buen defensor de la frontera, para otros fue un tirano, un ladrón y de dudosa hombría de bien. La etiqueta que ha predominado sobre las acciones de Fernán Centeno en el noroeste extremeño es la de capitán de bandoleros, pese al intento de blanqueamiento de Velo y Nieto.

Sobre su final también hay discordias. Unas versiones hablan de una muerte violenta, otras defienden su retirada a las tierras dominadas por el duque de Alba, primero a Acebo y posteriormente a Coria, donde moriría a una edad cercana al siglo de vida. Su cuerpo sería trasladado después al convento de San Francisco de Ciudad Rodrigo para descansar eternamente o, al menos, hasta que llegaron los franceses a comienzos del XIX. Desaparecieron sus restos, parte de las fortalezas que ocupó y también muchos de los detalles de su historia, pero las pistas en forma de toponimia o de leyendas esparcidas por toda la Sierra de Gata nos invitan a reconocer su huella y la de su tiempo para comprender la idiosincrasia de una tierra que fue y es fronteriza, que fue y es lugar de refugio de guerreros, comendadores, bandoleros, carlistas, contrabandistas o idealistas de todas las épocas.

Juan Rebollo Bote

LusitaniaeGuías-Historiadores

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