Desde la Inquisición hasta el apoliticismo, una pequeña historia Rayana

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Una de las últimas familias fermosellanas acusadas de judaizantes llevaba por apellido Cardoso, nombre todavía común en estas tierras rayano-zamoranas.

La Inquisición portuguesa al igual que la española estuvo formada por tribunales, acusadores y mazmorras que esgrimieron su poder más allá de la península, extendiéndose incluso allende del inmenso océano que separa el Viejo del Nuevo Mundo.

Al igual que su homónima española su fin fue el de perseguir a todo aquel que no profesase la fe  católica y la erradicación de cualquier pensamiento disidente.

Del mismo modo su independencia de la Iglesia se convirtió en total, ostentando un estatuto especial que le permitía actuaciones al margen de la Curia Romana como, a su vez, de las autoridades locales, convirtiéndose así en un instrumento perfecto dedicado a la persecución de ideas que no fueran las predominantes en su momento y cultura.

La vida de los judíos emigrados a Portugal tras la expulsión de España hubo de complicarse sin precedentes a partir de su implantación por la monarquía portuguesa, hecho que sucede con Manuel I, que cede ante las presiones de sus suegros, los Reyes Católicos, en 1497.

Sin duda no sólo fue una decisión religiosa sino política, como ocurre al final con casi todas las medidas que se llevan a cabo a nivel estatal. La acusación por parte de dicho tribunal conllevaba que todos sus bienes, dineros y propiedades quedaran a cargo del Estado mediante el modelo de la confiscación. Hecho nada baladí dado el éxito que en ese momento bendecía a varias familias profesantes de la religión de Moisés.

La Inquisición portuguesa llevó a cabo entre 1536 y 1794 la ejecución de 1183 personas, en efigie se condenó a otras 663 y el total de castigados ascendió a 29 611.

La inefable fecha se sitúa en 1536 tras la muerte del Papa Paulo III en tiempos del Rey Juan III, que no sólo le atribuyó el derecho a perseguir judaizantes y herejes sino que sus funciones se extendieron hasta la censura de libros y actuaciones como las artes adivinatorias y brujeriles.

El dudoso honor de convertirse en el Gran Inquisidor recayó en el hermano del Rey que más tarde se convertiría en Enrique I de Portugal, apodado ‘El Piadoso’ (1512-1580). Regente entre 1557 y 1568 para convertirse entre 1578 y 1580 en Rey, momento en el que la corona portuguesa recae en nuestro Felipe II, tomando el nombre de Felipe I para el reino lusitano, perpetrando la unión ibérica durante sesenta años, uniendo a dicho título los de Rey de Inglaterra e Irlanda por su matrimonio con María I. Títulos a los que hay que unir los reinados de Nápoles, Sicilia, Cerdeña, Países Bajos, el Ducado de Milán y el de Borgoña.

Francisco Cardoso, protagonista de nuestra historia fue acusado bajo el reinado del monarca español, en 1618.

Cristiano nuevo, de 66 años de edad, fue acusado de judaizante, siendo oriundo de Sendim (freguesía portuguesa perteneciente al Obispado de Miranda do Douro, elevada a la categoría de Villa en 1989, con habla propia distinguiéndose del portugués común, siendo esta conocida como ‘sendinesa’) cuyo padre Alfonso de Fermoselle hundía sus raíces en el pueblo rayano del que toma el nombre. El apellido Cardoso le viene en línea directa de su madre María Cardosa, a su vez, cristiana nueva.

Contrayendo matrimonio con Leonor de Moncao ostentando esta la misma condición de cristiana nueva.

Francisco entra en prisión el 3 de diciembre de 1618, siendo sentenciado a salir en Auto de Fe el 29 de marzo de 1620, dos largos años permaneció bajo  la garra de tan infame tribunal, siendo más tarde condenado a excomunión mayor, a la confiscación de todos sus bienes, cárcel y hábito penitencial perpetuo, a su vez, obligado a ser instruido sin descanso en la fe católica.

Esta historia de vida nos viene a demostrar como las decisiones políticas cambian vidas, las destruyen o ensalzan a su conveniencia. Por ello, hoy que el pueblo ostenta el poder de quitar o poner gobernantes, a través del sistema electoral, debería sentirse más preparado en cuestiones políticas, dado que de una u otra manera lo que se decide en las urnas nos afecta a todos y cada uno de nosotros.

Hoy en día demasiadas personas se definen como ‘apolíticos’, individuos que se desentienden de cualquier cosa común, negando desde dicha postura el ejercicio de su derecho al voto.

En la antigua Grecia ‘el apolítico’ viene designado como ‘el idiota’. palabra utilizada para definir a todo aquel que se desentiende de los asuntos públicos, hemos de tener en cuenta que la democracia ateniense dotaba de un gran valor a la participación política, tomando en ella la diferenciación entre los bárbaros de los ciudadanos, de ahí su significado.

Hoy existe una corriente, en la que cada vez se incluyen más ciudadanos, que aumenta dicho apoliticismo, renunciando a participar, aunque sea de una manera delegada, en las grandes decisiones que nos afectan a todos.

Sin duda mucha culpa de ello la tiene la clase dirigente, que se ha convertido precisamente en eso, en ‘clase’, sin embargo no por ello debemos dejar todo en sus manos, no nos pase lo que al bueno de Francisco Cardoso que acabemos todos en manos de decisiones injustas que nos lleven individual o colectivamente a caminos que a buen seguro no querríamos recorrer.

Beatriz Recio Pérez es periodista, con amplia experiencia en La Raya central ibérica.

(Documentación de Francisco Cardoso a cargo de María Dolores Armenteros. Cortesía de José Manuel Pilo, alcalde de Fermoselle)

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