Desnudos

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Con más de 600 000 personas confinadas en el mundo, con Italia y España a la cabeza, Europa debe dar una respuesta rápida, contundente y eficaz si no quiere que este intento de unión se vaya por el sumidero de la historia.

Francia, España, Portugal e Italia se enfrentan, una vez más, a los insolidarios y descreídos socios del Norte.

Parecen olvidar que estamos todos interconectados y que el aleteo de una mariposa al otro lado del mar puede provocar un tsunami. Creen, quizás, que los virus entienden de estados, de países, de clases sociales.

Si no se da una estrategia unificada, si frenan los incentivos económicos, que van a ser absolutamente necesarios, si la insolidaridad y la falta de unión campa a sus anchas, muchos ciudadanos comenzarán a plantearse muy en serio la conveniencia de pertenecer a una entidad que nos utiliza, nos cobra, nos dirige y que, sin embargo, no aporta soluciones ni socorro.

¿Qué podemos esperar? ¿Qué hacemos en un ‘club’ en el que sólo se paga la cuota y no se tiene derecho a asiento?

Comencé este artículo diciendo que nos jugamos Europa, y no. En realidad es mucho más que eso. Nos estamos jugando un concepto ético, moral, humano.

Se están dando casos que no podrían calificarse más que de eugenesia, tal es el caso de Bolsonaro, comparando esta pandemia que está causando tanto dolor, tanto daño, con un resfriado, menospreciando el fallecimiento de miles de personas, los esfuerzos titánicos de muchos millones de seres humanos y el sacrificio de todos aquellos que en el desempeño de su trabajo han caído en este excepcional campo de batalla.

‘Sólo afecta a los mayores de 60 años’ clama a quien quiera oírle,  como si no fuesen personas, abuelos, tíos, padres o esposos que dejan un vacío imposible de sustituir.

Nos apostamos el mundo en su concepción misma.

En su esencia.

En sus valores.

Debemos preguntarnos en qué nos convertiremos si dejamos morir no sólo a nuestros mayores sino a todo aquel que tenga enfermedades crónicas o que simplemente tenga la mala suerte de que ‘le toque’.

Trabajo para la filosofía, sin duda, una vez pasado todo este terremoto.

Cuando todo esto acabe y se vuelva a la normalidad en la medida de lo posible, quedará al descubierto la superestructura que se mantiene detrás del telón, lo que realmente somos, lo que hicimos, y, por supuesto, y sobre todo, lo que no hicimos.

Quedará presente la usura del Norte, el sufrimiento del Sur, miles de familias rotas, el capote de Costa que ha pasado de ser casi desconocido en España (por desgracia) al superhéroe del momento.

Se verá, a su vez, una necesidad, una urgencia de nuevos aliados, que sean eso, amigos, no verdugos, a lo mejor, quizás, un poco más de solidaridad entre nosotros, más cooperación, más ‘listeza’, permítanme el vocablo, para ver qué no se debe permanecer donde no se respeta, comprende o ayuda.

Nuestra realidad se muestra distinta, tan diferente que se hace patente hasta en la enfermedad, nuestras necesidades también.

Debemos ahondar en una unión de la península, política, social y estratégica, solamente así conseguiremos salvar los enormes retos que nos quedan por delante.

Es tiempo de  meditar no sólo del papel que  Europa juega en nuestra economía, en nuestra sociedad, en nuestras vidas, en definitiva, sino del que juegan los mercados.

Los mercados ¿Quiénes son los mercados? Último eslabón de la deificación de la economía.

Bots qué operan al milisegundo, que ocupan las decisiones que deberían ser humanas.

Los que los colocaron,  entre paredes ventiladas, pretenden convencernos de que son inamovibles, omniscientes, poseedores del don de la ubicuidad y del de la infalibilidad.

Dioses de metal y circuitos ensamblados que deciden sobre la vida y la muerte en un mundo regido únicamente por la codicia de unos pocos que siguen sin entender que no son los dueños del mundo, que la seguridad es un espejismo, que el control total no existe y que nacen y mueren como todos. Desnudos.

 

Beatriz Recio Pérez es periodista, con amplia experiencia en La Raya central ibérica.

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