El valor estratégico de los idiomas portugués y español; acciones para favorecerlo

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Los hablantes de español y portugués en el mundo suman 800 millones de personas. En el continente americano, 675 millones de personas hablan español o portugués. Esto equivale a que, 2 de cada 3 habitantes de las Américas son ibérofonos. El resto se reparte con 55 millones de hablantes en Europa; unos 65 en África y, aproximadamente, 2 millones en Asia.

La demografía convierte a nuestros idiomas en el primer espacio lingüístico del mundo, muy por encima del inglés y, prácticamente, a la par en hablantes nativos con el chino mandarín; alcanzando una décima parte del total de los hablantes del mundo, en una extensión territorial que representa el 20% de la superficie del planeta.

Económicamente, el producto interior bruto de los países «luso-hispanohablantes» tiene un peso similar al de su población, alcanzando el 10,6% del PIB mundial. Y, en cuanto a la presencia en internet, supone un 11,2% del tráfico global.

Este valor estratégico que las lenguas aportan al facilitar los intercambios comerciales; educativos; culturales; científicos; audiovisuales; sociales… entre los países iberófonos, poco a poco está siendo asumido y puesto en valor por parte de los Estados. A este respecto, cabe destacar el impulso dado por la Organización de Estados Iberoamericanos (OEI), que promovió el primer Congreso Internacional sobre las Lenguas Española y Portuguesa, celebrado en Lisboa el pasado mes de noviembre de 2019, y que ha tenido su continuidad en la conferencia virtual «Potencial de las lenguas en la recuperación económica», acontecida la semana pasada.

El potencial de las principales lenguas ibéricas descansa también en que son idiomas con un buen nivel de intercomprensión. Español y portugués comparten hasta un 89% del léxico, aunque la pronunciación de los idiomas difiere significativamente, por lo que para que la intercomprensión funcione hay que acostumbrar el oído y conocer las principales diferencias léxicas.

Es ahí donde está una de las debilidades de la actual situación; dado que, en países como España, el contacto con el idioma portugués es extremadamente escaso; se oye poco y se estudia aún menos.

En relación a la intercomprensión se hacen urgentes algunas actuaciones, que podrían ser fácilmente implementadas por las Administraciones. Desde el movimiento iberista, ya en 2017, se desarrolló en la Sociedad Económica de Amigos del País en Badajoz, la Conferencia: «Iberofonía e intercomprensión, el valor estratégico del bilingüismo en la Raya». En este evento, se propusieron una serie de medidas concretas; a saber:

– Creación de un Certificado de Intercomprensión del idioma portugués. No es coherente hablar de intercomprensión y no trabajarla; ni certificarla. Como ya se ha explicado, la intercomprensión no viene sola, y es reducida para los hablantes con poco contacto con el otro idioma. Se hace necesario crear un método de enseñanza destinado a favorecer la intercompresión. Han existido algunas iniciativas en este sentido, pero ligadas al conjunto de los idiomas latinos; el más reciente data de la década de los 90, desarrollado en el marco del Proyecto Lingua, financiado por la Unión Europea, y denominado «EuRom4: método para la enseñanza simultánea de las lenguas románicas», publicado por La Nuova Italia en 1997.

– Impulso de ciudades de estudio de las dos lenguas y declaración simbólica de «La Raya» como zona de intercomprensión. Un valor de la Raya fronteriza entre España y Portugal es la posibilidad de tener contacto con dos lenguas universales. Las eurociudades de frontera tienen aquí un valor a explotar.

– Desarrollo de medios de comunicación bilingües. Se reclama que las televisiones en portugués y en español se puedan sintonizar fácilmente en los territorios del otro idioma. También se ha de impulsar y apoyar a los medios de comunicación bilingües. A este respecto, EL TRAPEZIO es un medio pionero, que entendemos que merece un apoyo institucional tangible.

En relación al estudio del idioma portugués en las zonas de habla española y viceversa, también queda mucho camino por recorrer. Tanto en Iberoamérica, como en la península, aún el estudio de los idiomas vecinos es escaso, y precisa de un mayor desarrollo.

Es significativo el caso de Madrid y su área metropolitana. La zona de mayor valor económico del espacio iberófono no tiene una oferta reglada del idioma portugués; carencia aún de mayor calado si tenemos en cuenta que en la capital de España se concentran gran número de sedes centrales de empresas ibéricas e iberoamericanas. La demanda de aprendizaje del portugués, por ese motivo, es elevada, y está siendo cubierta por academias privadas, como las conocidas Portuguesalia o Agoralingua. Creo que los organismos como la OEI podrían proponer y, a la vez, presionar al Gobierno autónomo de Madrid para que desarrolle la enseñanza del portugués. Desde los movimientos sociales ligados a este ámbito lo hemos reclamado en diversas ocasiones.

En relación a la burocracia de los idiomas, son necesarias medidas de simplificación. A día de hoy, se exige la traducción de cualquier documento oficial que este en el «otro idioma» para todo tipo de cuestiones; por ejemplo, la homologación de un título académico. Si los gobiernos y las instituciones internacionales iberoamericanas fomentan y creen en la intercomprensión, estas traducciones no deben ser necesarias. También sería muy adecuado que el propuesto Certificado de Intercomprensión pudiese ser suficiente para acceder a los sistemas educativos de países con portugués o español como idioma académico. Tenemos que recordar, que el desarrollo de un país es inversamente proporcional a la complejidad de su burocracia.

En conclusión, veo un inmenso potencial de desarrollo para la alianza estratégica entre los idiomas español y portugués, y observo que hay una conciencia de ello en las instituciones. Sin embargo, las instituciones no realizan acciones concretas y prácticas que realmente ayuden, y no cuentan lo suficiente con los movimientos sociales que operan en este ámbito.

 

Pablo Castro Abad es editor-adjunto de EL TRAPEZIO y licenciado en Ciencias del Trabajo

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