Todos tenemos identidades múltiples. No estamos hechos de una sola pieza. Somos fruto de la mezcla genética y, precisamente, es esta mezcla la que garantiza la supervivencia y la continuidad de la especie humana.
Dicho esto, también es obvio que todos nos movemos y nos reunimos por afinidades. Y no hay duda que la lengua y, por extensión, la cultura, son creaciones y códigos que facilitan la comunicación y la compactación de grupos de personas.
Como catalanes, somos más de 10 millones de hablantes, con sus diferentes variantes (valenciana, balear…). Como españoles, más de 500 millones de personas nos entendemos en la lengua originaria de Castilla, eso sí, llena de acentos y de matices geográficos.
Catalán y castellano son dos lenguas hermanas, hijas de la misma raíz latina y con un altísimo grado de intercomprensión, si ponemos buena voluntad y sintonizamos bien la oreja. Mi madre, de familia campesina, casi no hablaba castellano, pero se entendía perfectamente con las personas otros lugares de España que no hablaban catalán.
Cuando hay predisposición a escuchar y a hacerse entender, el uso del catalán y del castellano son fácilmente compatibles e intercambiables. Siempre, claro está, que consideremos que las lenguas son herramientas de comunicación y no armas de guerra.
Sin embargo, en la península Ibérica, nuestro ámbito territorial natural -rasgado por una larga y vieja frontera- hay una tercera gran lengua: el portugués, con más de 10 millones de hablantes. Igual que pasa con el catalán y el castellano, el portugués también es fácilmente comprensible -en especial, leído-, con un poco de esfuerzo por nuestra parte.
Si abrimos la mirada al mundo, vemos que el portugués tiene una fuerte presencia internacional. Es la lengua oficial en ocho países de América (Brasil), África (Angola, Mozambique…) y el Índico y lo hablan unos 300 millones de personas.
La Iberofonía, definida como la comunidad de personas que nos entendemos en alguna de las tres grandes lenguas que coexisten a la península Ibérica, es -si tomamos conciencia y nos lo creemos- una realidad mundial potentísima, que reúne a más de 800 millones de personas (el 10% de la humanidad). Gracias a las excelentes relaciones que hay actualmente, a todos los niveles, entre España y Portugal, la Iberofonía es un nuevo concepto geopolítico y geoeconómico que se está abriendo con mucha fuerza.
Lo acabamos de constatar en la 28ª Cumbre Iberoamericana, que se acaba de celebrar en Santo Domingo. La voluntad de colaboración y cooperación de los países participantes, en base a la defensa de la democracia y de los derechos humanos, es un rayo de luz en la oscuridad.
En este mundo que tiende a la bipolarización China-Estados Unidos puede haber –debe haber- un tercer player que actúe de contrapeso para evitar la peligrosa dinámica de confrontación. Ya lo es, de hecho, la Unión Europea. Pero la gran heterogeneidad interna de los países que formamos parte de ella –con lenguas y culturas muy diferentes- hace que el proceso de vertebración sea lento y especialmente complejo en la toma de decisiones.
Los 1.500 millones de personas que conforman la comunidad musulmana mundial, además de las divisiones sectarias internas, están repartidos en 57 países, con realidades económicas y sociales tremendamente dispares que hacen imposible que, más allá de las prácticas religiosas comunes y la lengua árabe que los unen, trabajen coordinadamente. Algo parecido pasa en África, alfa y omega de la humanidad, compartimentada entre 54 países, muchos de ellos artificiales, que todavía está muy lejos de los ideales panafricanistas de actuar conjuntamente algún día.
En este contexto, la Iberofonía puede devenir un actor capital en la organización planetaria del siglo XXI. Después de décadas de regímenes dictatoriales durante el siglo XX, España, Portugal y los países iberoamericanos se han acabado consolidando en democracias -algunas más inestables que otras-, con la firme convicción de avanzar por esta vía hacia la construcción de unas sociedades más interconectadas, más justas y más igualitarias.
Es evidente que en el espacio iberoamericano hay todavía algunos estados que no han conseguido salir del pozo del autoritarismo y del populismo, como por ejemplo Venezuela o Cuba. Pero también es remarcable que, progresivamente, esta región se está estabilizando políticamente, con gobernantes dispuestos a encontrar soluciones a los males endémicos que han castigado esta zona, desde los tiempos remotos de la colonización europea y de la posterior descolonización, en el siglo XIX.
La presencia de Lula da Silva, Gabriel Boric y Gustavo Petro al frente de Brasil, Chile y Colombia es el reflejo de este cambio en profundidad que se está produciendo en Iberoamérica y que hay que valorar muy positivamente. El horizonte de este proceso es la integración regional, siguiendo un modelo parecido al de la Unión Europea.
En este camino emprendido, hay que retener un nombre: la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC), creada en 2011, en la cual participan los 33 países de esta área geográfica. Este es el actor político que reúne y lidera la voluntad de avanzar hacia una nueva entidad supranacional que pueda hablar de tú a tú con los otros bloques mundiales. De momento, algunos de los estados miembros ya han puesto sobre la mesa la necesidad de dotarse de una moneda común, que ya está en estudio.
CELAC-Unión Europea, este es el nexo que habrá que fortalecer, en el cual Portugal y España tienen un indiscutible protagonismo, como se ha puesto de manifiesto en la Cumbre Iberoamericana de Santo Domingo. Estamos hablando de escenarios de futuro, tal vez a muy largo plazo, pero es vital remarcar las tendencias de fondo que hay y los pasos que se dan en esta dirección.
La interrelación entre los países de la Iberofonía es cada vez más estrecha. No solo en el ámbito de empresas, de inversiones y de intercambios comerciales. Hay miles de trabajadores y de profesionales brasileños que se han instalado en Portugal, en busca de una vida mejor en el marco europeo. Del mismo modo que la migración latinoamericana en España -con más de 1,5 millones de personas- es un fenómeno demográfico en expansión que ya forma parte del paisaje habitual de nuestras ciudades.
¿Catalán, español, portugués? El día que entendamos y asumamos que todos formamos parte de la Iberofonía y que, como le pasaba a mi madre, podamos comunicarnos sin problemas con otros hablantes de estas lenguas latinas, a través de la intercomprensión, habremos dado un paso de gigante en el camino hacia la concreción de esta nueva realidad, latente y potente.
Hago desde aquí una apelación a los gobiernos de Lisboa y de Madrid para que el aprendizaje del español y del portugués -y también del catalán/valenciano, quien lo quiera- forme parte del temario curricular de las escuelas de la península Ibérica. Es imprescindible y no cuesta nada. Hay más de 800 millones de personas que nos esperan al otro lado del Atlántico, en África y el Índico.
La frontera de la Raya, que separa a España de Portugal, es la más antigua y la más larga de Europa. Oficialmente, desde el año 1986 las aduanas han desaparecido, al integrarnos en la Unión Europea, pero todavía pagamos, desgraciadamente, el peaje de la incomprensión y de haber vivido de espaldas durante más de 350 años. António Costa y Pedro Sánchez están comprometidos a fondo en la ineludible labor del reencuentro.
Jaume Reixach Riba