Pulpí en Brasil, a través del pintor Pedro Antonio

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Pulpí es un pequeño pueblo de la provincial de Almería, en la región andaluza oriental. Ahora se ha dado a conocer al mundo, rompiendo su aislamiento secular, con una gran geoda, de ocho metros por dos, que provoca la admiración de los visitantes. Se halla a una hora de caminata a través de las galerías de una explotación minera, hoy en desuso, cuya sociedad explotadora se llamaba por el singular nombre de “Quién la pensara”, con cuya denominación emitía sus acciones. La visión de la geoda refulgente y prismática provoca esa extraña sensación que es privilegio de las piedras marcadas por el exotismo. El medio surrealista y mitólogo Roger Caillois en su libro “Piedras”, en el que reflexionaba sobre la cuestión mineralógica y la atracción que induce, hace constar la capacidad de evocación fantástica del mundo mineral, inerte por definición.

Pero no es de la geoda de Pulpí de lo que quería hablarles sino de un pintor local que me ha impresionado. Fue natural de esta localidad del badland almeriense, donde nació en 1886; se llamaba Pedro Antonio Martínez Expósito. Era de un origen tan modesto que su padre oficiaba de aguador llevando agua a los campos donde trabajaban los jornaleros. Pedro Antonio le ayudaba en esas tareas humildísimas. No se conoce cómo comenzó a pintar, pero sí es seguro que un paisano acaudalado se lo llevó muy joven a Madrid, conocedor de su vocación artística. Aprendió el oficio junto a pintores de la escuela granadina como Soria Aedo, del cual era inseparable, y López Mezquita. Este último uno de los protegidos del magnate norteamericano Archer Milton Huntington, creador de la Hispanic Society of America. Ganándose la vida con su pintura, Pedro Antonio recala en América, que recorre vendiendo su obra a la largo y ancho del continente, desde 1935. Se supone que fijará su residencia en São Paulo en fecha indeterminada, siendo protegido al final de su existencia por la familia de una pintora paulista. Sea como fuere, puesto que sobre su biografía aún se ciernen numerosas lagunas, fallecerá en Brasil en 1977, si bien es tal la incertidumbre sobre su figura, que inicialmente se pensaba que había muerto en 1965. Todo un misterio el del “pintor Pedro Antonio”, que nunca volvió a España, aunque un alcalde de Pulpí intentó y no logró, por la muerte interpuesta, que retornarse al pueblo.

Una historia preciosa que me ha impresionado al descubrir los deslumbrantes cuadros de majas con mantilla, de gran vivacidad, que han logrado reunir los pulpileños, en una sala de la casa de la cultura. Sus mujeres de peineta y mantilla, a diferencia de las hembras simbolistas de Julio Romero de Torres o el mismo López Mezquita, son mucho más alegres, sus ojos chispean de felicidad. La última obra de Pedro Antonio, un conjunto de figuras femeninas castizas, lo acababan de conseguir en una subasta, y aún llevaba la etiqueta del precio de salida, en el momento de mi visita. Hay entre las obras expuestas una que me intriga, una suerte de dios Baco efebo, que me recuerda la escuela de púberes vestidos a la oriental del pintor granadino Gabriel Morcillo, que la investigadora Roberta Previtera ha catalogado acertadamente de “orientalismo queer”. Intuyo, puesto que como me dice la guía del espacio “no creó una familia”, que el pintor Pedro Antonio era de hecho un “queer”, surgido de un mundo entre proletario y pastoril, en mitad del desierto almeriense, que encontró en Brasil su hogar.

Quizás Pedro Antonio estaba motivado en su viaje americano, y brasileño en particular, además, aunque esto sean sólo conjeturas, por el poeta almeriense Francisco Villaespesa, que hasta 1933, en que volvió a España, estuvo viviendo por varios años en Brasil. Villaespesa incluso ofició de traductor, fletando en Madrid una colección de autores brasileños, que él mismo traducía. Por lo demás, fue un gran difusor del orientalismo andalusí en América y Brasil.

Mucho más allá de cualquier casualidad, sospechamos, que el mundo lusobrasileño debía configurarse como un espacio de oportunidades económicas para muchos andaluces, pero también de libertades en la vida cotidiana, a pesar del Estado Novo de Getúlio Vargas. De ahí las emigraciones vitales como las de Villaespesa y Pedro Antonio.

En mi pasada excursión a Pulpí todo ello me ha permitido conectar onírica y desordenadamente mundos desérticos y tropicales, a través del vivaz y enigmático pintor de Pulpí, Pedro Antonio Martínez Expósito, que fue brasileño por voluntad propia. Un mundo por descubrir.

José Antonio González Alcantud

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