Viajando a través del iberismo histórico nos encontramos a Miguel de Unamuno y Miguel Torga. Recordamos que esta ideología ha tenido sus momentos áureos en el siglo XIX. De este concepto, y de estos autores, hablaremos.
En el libro «Por Tierras de Portugal y de España», Miguel de Unamuno describía el portugués con esta conmoción: «La pasión le trae a la vida, y la misma pasión, consumido su cebo, lo lleva a la muerte».[1] Para el autor, es en el mar donde descansa la gloria de los tiempos de oro, que se han convertido en un trágico naufragio.
En la obra de Unamuno, el autor confiesa su amor por Portugal y por las gentes portuguesas (a pesar de la clarividencia de los vicios que padecían). La atracción de este vasco por Portugal se debió a razones consideradas triviales: vivía a una distancia relativamente pequeña de Portugal, en Salamanca; asumió un cargo de administración en los ferrocarriles españoles y, debido a sus desplazamientos, conoció a numerosos portugueses con los que mantuvo conversaciones de índole política, social y cultural. Sin embargo, la empatía que sentía por Portugal se debió a su atracción indiscutible por el país y por los días que pasó allí. Dejó que floreciera en él el sentimiento de la nostalgia que provenía del alejamiento forzado entre Portugal y España.[2]
A pesar de la enorme melancolía que sentía por Portugal, siempre ha sido claro en sus opiniones sobre la sociedad portuguesa. Para él, era el país del amor y del suicidio; desde un punto de vista literario, él entiende el drama de Inés de Castro como el inicio del decaimiento y del concepto de nostalgia en Portugal. Además de todas las similitudes que encontró entre ambos países, este autor tuvo un papel importante a nivel lingüístico con la divulgación del portugués en España. Él defendía que, para el bienestar de los pueblos ibéricos, los españoles deberían leer la lengua portuguesa y los portugueses deberían introducirse en el pensamiento del castellano. La literatura es uno de los ejemplos culturales donde se han registrado innumerables concepciones y creencias sobre lo que entendemos como «iberismo». Miguel de Unamuno es uno de esos ejemplos.
Del otro lado de la «Raya», contamos con Miguel Torga. Torga posee, en sí mismo, una concepción de iberismo, a nivel personal, extremadamente valiosa. Quizá por su origen geográfico cercano o por su gusto personal, el autor tenía un claro aprecio por Galicia. Así es como Torga la contemplaba:
«Mi Galicia de perfil bonito,
huérfana de patria en un asilo austero:
sólo porque eres portuguesa te quiero,
y por ser castellana te creo.»[3]
Como iberista que era, Miguel Torga afirmó: «Mi iberismo es un sueño platónico de armonía peninsular de naciones. Todas hermanas y todas independientes. Pero también es una pasión escabreada, que solamente se vislumbra en el horizonte cualquier signo de hegemonía política, económica o cultural. Que exige reciprocidad en su buena fe y en sus eruditos. Que sólo quiere comulgar fraternalmente en un espacio más amplio de espiritualidad»[4]. Reconoce, pues, que su iberismo pasa, primero, por la consonancia de las naciones ibéricas. Su iberismo debería primar la unión de todas las naciones ibéricas, y no sólo entre Portugal y España. Estas naciones, que él considera hermanas, serían independientes para que ninguna se sobrepusiera a las otras.
El autor entiende también, que su propio iberismo pasa por el campo espiritual; es decir, pasa por una fraternidad de pensamiento. Reconoce que su iberismo nace de una pasión desconfiada, y que esa misma pasión se desvanece al posar la mirada en la verdadera situación ibérica: hegemonías políticas y culturales entre las naciones en ella existentes. Quizá el iberismo sea precisamente eso, un pensamiento cuya realización sólo sería posible con una modificación, no sólo política e institucional, sino también intelectual. Y ese es, ante todo, el cambio más difícil de hacer.
Debemos admitir que el iberismo no ha sido un tema consensuado, a pesar de haber estado en el centro de atención en otros tiempos. Hoy tampoco lo es. Tanto Unamuno como Torga, analizados a la letra, pueden causar disonancias; pueden llegar a ser desconcertantes. No es objetivo de este artículo tomar partido de los autores, sólo transmitir sus ideas iberistas. Sus concepciones deben ser leídas en función de sus contextos y vivencias personales.
Siempre estará la cuestión del «yo» contra el «otro». Y esto puede llevarnos a cuestiones nacionalistas; ese no es el camino que pretendo seguir. Sin embargo, es en la cadena de Miguel Torga que terminaré este artículo. A pesar de la poetización del posible concepto de iberismo, me parece que la definición de este autor es de las más acertadas y objetivas que jamás he estudiado. Quizás la más ilusa, también. El iberismo pasa por el entendimiento recíproco, pacificación de las diferencias y buena convivencia entre partes. El iberismo es, para Torga, un estado de alma; es un consentimiento de otras realidades en interacción con nuestra propia realidad; es un respeto mutuo, y que pasa por la no aniquilación de las demás identidades. Identidad. La cuestión central.
Nídia Ferreira da Cunha
Referencias bibliográficas:
Barros Dias, J.M. 2002. Miguel de Unamuno e Teixeira de Pascoaes: compromissos plenos para a educação dos povos peninsulares. Vol. I. Lisboa: Imprensa Nacional- Casa da Moeda
Pires de Carvalho, Paulo Manuel. 1997. Tese de Mestrado Miguel Torga e Espanha, Faculdad de Letras de la Universidad de Oporto
Torga, Miguel.1999. Diário vol. V a VIII. Lisboa: Publicações D. Quixote
[1] Barros Dias, 2002: 276 citando Unamuno
[2] Barros Dias, 2002: 259
[3] Torga,1999: 122
[4] Pires de Carvalho, 1997: 12 citando Miguel Torga