El próximo año será, para las relaciones ibéricas, un año más de la era de pertenencia conjunta a la Unión Europea comenzada en 1986. Por tanto, al finalizar 2025, habremos alcanzado 40 años de esta etapa histórica. Podemos recordar que la Unión Dinástica duró 60 años entre 1580 y 1640, una unión que en términos prácticos era mucho menos profunda que la contemporánea. El Pacto Ibérico entre los dictadores Franco y Salazar estuvo vigente desde 1942 a 1978, “solo” 36 años, pero fueron los tiempos de “costas voltadas” de dichos «como de España ni buenos vientos ni buenos casamientos» y de una educación transmisora de mitos nacionales antagonistas entre Portugal y España.
Desde la perspectiva actual, parece que estamos ante un escenario de continuidad, en lo esencial, irrevocable. Es decir, es plausible que nunca más tengamos fronteras físicas, siempre usaremos la misma moneda, y las políticas de cooperación y armonización seguirán avanzando de manera lenta pero constante.
El escenario ibérico se completa con el nuevo Tratado de Amistad que entró en vigor el 11 de mayo de 2023. Un Tratado ambicioso que abarca la totalidad de las áreas de gobierno, el cual, debe desarrollarse para alcanzar su máximo potencial.
Ese es el desafío que tenemos por delante, en un escenario de estabilidad, normalidad y avance de la Cooperación, con una sólida alianza de casi 40 años de recorrido, hasta donde podemos o queremos llegar los países de la península ibérica, en las próximas décadas.
Como hitos más visibles tenemos la celebración del mundial de 2030 y la culminación de las conexiones ferroviarias de alta velocidad. Con el mundial se abre el camino a una Cooperación con visibilidad y transcendencia global, un factor diferencial que hay que potenciar: el de mostrar al mundo la capacidad de Iberia para ser un actor global. En cuanto a las conexiones ferroviarias, veremos que estas infraestructuras van a reforzar y consolidar los vínculos sociales y económicos; es cierto que llegarán con retraso, pero aún sin esas conexiones España y Portugal han constituido una realidad económica de mercado integrado y prácticamente unitario.
Pero hemos de ser ambiciosos, siendo la función del movimiento iberista la de plantear medidas vanguardistas que unan de manera profunda e irreversible a los pueblos.
Venimos insistiendo en el tema de la lengua y verdaderamente no hay avances en este terreno, es imprescindible derribar la barrera de la lengua, pero todo parece indicar que 2025 será un año de inacción en este sentido. Existe entre los políticos una ceguera estratégica sobre el valor de tener dos lenguas universales de fácil aprendizaje. Hay que aspirar a la generalización de la intercomprensión avanzada, a la eliminación de la obligatoriedad de las traducciones y a la asunción del término Iberofonía como un concepto integrador y globalizador de nuestras lenguas y culturas.
La idea del iberismo y de lo ibérico o iberoamericano, sigue siendo una cuestión de absolutas minorías. El término Iberoamérica que sí tiene un desarrollo institucional claro con las Cumbres Iberoamericanas y con el SEGIB (Secretaria General iberoamerciana), es una palabra casi desconocida entre los propios iberoamericanos. Por ejemplo, en Madrid, donde habitan más de un millón de iberoamericanos, he podido constatar personalmente que la inmensa mayoría de las personas procedentes de países como Colombia, Perú o Venezuela, desconocen que son Iberoamericanos. Si hablamos de iberismo nos encontramos con igual realidad. Sin embargo, el concepto Ibérico es perfectamente conocido, por lo que sería muy bueno que las cumbres entre los gobiernos de España y Portugal comenzasen a utilizar oficialmente el nombre de Cumbres ibéricas. Usar el calificativo Hispano-Luso es algo un tanto extraño e inexacto, pues lo luso forma parte de buena parte de España y lo Hispano incluye, etimológicamente, Portugal.
Nos gustaría para 2025 tener una Cumbre Ibérica, y que se iniciasen campañas para extender el uso y el conocimiento del término Iberoamérica, especialmente en los países de América.
El 2025 será un año de gestión y normalidad, lo que tiene mucho de positivo porque la fortaleza institucional de la Cooperación entre España y Portugal no se ve afectada por los climas políticos internos, que se encuentra especialmente trabado en España. Sin embargo, esa normalidad no debe conducirnos a la mediocridad; es necesario aprovechar las enormes posibilidades del marco actual de la cuestión ibérica. Desde el iberismo seguiremos insistiendo en plantear medidas vanguardistas que nos harían avanzar en todos los aspectos.
Pablo Castro Abad