Periodista free lance y profesor universitario en el ámbito de la educación social y política. Francesc Ponsa es autor, con el seudónimo Francesc Miquel, de la novela “Aquell estiu del 99” (Quorum Llibres). Ha escrito, junto a Jordi Xifra, “El marketing de las ideas” (Editorial UOC). Publicó “De la ceguesa a la lucidesa” (Prohom Edicions) sobre José Saramago y, ahora, coincidiendo con el centenario de su nacimiento, “Ensayo sobre José Saramago” (El Viejo Topo).
¿Quién es José Saramago, más allá de su Premio Nobel?
Destaco dos aspectos de Saramago. En primer lugar, su compromiso como escritor, intelectual, político, social… Fue una persona muy comprometida. Una referencia de la cual no encontramos hoy paralelismos. En segundo lugar, su autodidactismo. No pasó por la Universidad. Mientras aprendía el oficio de cerrajero, por las noches acudía a las bibliotecas públicas, como la del Palacio de las Galveias, donde leía a Gogol, Pessoa… Se formó intelectualmente de forma autodidacta y, paradójicamente, aunque nunca pisó la Universidad, fue investido honoris causa por más de veinte universidades de todo el mundo. Saramago fue alguien muy humilde, comprometido y autodidacta.
¿Es quizá más fácil encontrar antagonistas que afines a Saramago?
Si. Mario Vargas Llosa, por ejemplo. Nos hemos quedado huérfanos de una voz comprometida, como fue en su momento la de Saramago. En este momento no hay nadie como él. Sobre todo, por su valentía a la hora de decir las cosas, de denunciar situaciones, de ponerle el cascabel al gato. También de pronunciarse en contra de la tiranía de los mercados, de los poderosos. Nadie tiene la capacidad, la potencia de voz y el compromiso que tenía Saramago. Hay gente, sin duda, involucrada en causas similares a las que él defendió, pero que carecen de su altavoz, que se debe en parte al Premio Nobel.
¿Qué tuvo más que ver en su toma de conciencia política, su ADN de clase o su cultura adquirida?
Una cosa lleva a la otra. Influye indudablemente su origen humilde. De hecho, ya lo explica en ”Las pequeñas memorias”. Habla en ellas de su vida hasta las 11 o 12 años y dice que lo esencial de su existencia está ahí, en la infancia. Nació en Azinhaga, un pequeño pueblo al norte de Lisboa, donde lo primero que se ve al llegar es el local del Partido Comunista. Esos orígenes influyeron mucho en Saramago y se potenciaron con sus lecturas.
¿Además de su obvio interés por la literatura, Saramago era un lector, digamos omnívoro, interesado por la Ilustración, la filosofía, la historia…?
Era un gran lector y, además, durante una época, trabajó como traductor de obras de pensamiento, filosofía… Algo que influyó en los contenidos, la visión de su obra posterior.
La religión es algo muy presente en los escritos de Saramago ¿Le atraía, la combatía o, como a Unamuno, acaso le provocaba angustia?
Creo que Saramago era un ateo súper-convencido, pero que había leído y estudiado mucho las religiones. Era un gran conocedor de la Biblia y, por tanto, su oposición a la religión bebe mucho de la concepción marxista sobre ella. Critica esa moral controladora con la que, a través de las religiones, se ejercía el poder sobre los ciudadanos. Saramago era heredero de la Ilustración, y en muchas de sus obras denuncia el papel de la Iglesia, cómplice de los terratenientes en el sistema de dominación de los desfavorecidos.
En cualquier caso, Saramago despertaba inquina en la derecha portuguesa…
El mayor desaire a Saramago fue el que se produjo en relación con el Premio Europa, cuando el gobierno conservador de Cavaco Silva le vetó, por haber publicado “El Evangelio según Jesucristo”. Esto motivó que Saramago se “exiliara” a Lanzarote. Se enfadó con esta censura, en la cual tuvo bastante que ver la Iglesia que, en Portugal, como en España, detenta un poder considerable. En los “Diarios de Lanzarote” hay pasajes en los que Saramago habla de las cartas amenazantes que recibe de lectores católicos.
¿Cómo se explica esa versatilidad de Saramago, que va desde la atmósfera barroca del XVIII, en “Memorial del convento” al kafkiano ”Ensayo sobre la ceguera”?
Creo que es consecuencia de su propia evolución como escritor. Empieza escribiendo sobre los latifundios, impresiones personales, memoria histórica… Hay una obra clave en la evolución de Saramago, que es “Levantado del suelo”, en la que explica cómo viven los campesinos. Para ello, estuvo durante meses en una cooperativa agraria del Alentejo. A propósito de ello, dijo que él no podía escribir de modo convencional sobre aquello, porque la gente tiene una manera de expresarse completamente distinta. Ahí incorporó su escritura revolucionaria, con una puntuación fuera de lo convencional, donde los diálogos se incorporan a las reflexiones del narrador. Dice de esto Saramago que él quería escribir de la misma manera que hablaba la gente. Aquí hubo una primera evolución en la obra de Saramago. Luego empieza a incorporar la alegoría como recurso. Parte de un imposible. En “La balsa de piedra” (mi libro preferido),en el que la Península Ibérica se separa de Francia y, a la deriva, va hacia los países de América Latina. En el “Ensayo sobre la ceguera”, todo el mundo se queda ciego, y en “El ensayo sobre la lucidez”, que los votantes votan en blanco. En “Intermitencias sobre la muerte”, de pronto, la muerte desaparece.
¿Cómo influyó el Premio Nobel, con sus exigencias y oropeles, es un trabajador de las letras, minucioso, introvertido, como Saramago?
Significó un antes y un después. Era conocido por su compromiso político y social, por la calidad de su obra, pero el Nobel lo catapultó a ser reconocido universalmente. Era demandado por universidades, instituciones… e intentaba cumplir con todo el mundo. Eso aumentó su visibilidad, su denuncia, su discurso valiente… La contrapartida fue que la calidad de su obra se resiente a partir de este momento.
Portugués de nacimiento, vecino de Lanzarote, Saramago no oculta su ensueño iberista, sino todo lo contrario…
Saramago dijo abiertamente que Portugal y España estaban llamados a integrarse. Refiriéndose a la Unión Europea, decía que habían primado más los intereses económicos que otras cuestiones en el proceso de convergencia. Como comunista e iberista lanza el alegato de “La balsa de piedra”, esta visión de España y Portugal que siguen teniendo su esencia, su cultura, en un contexto europeo, pero mirando hacia América Latina.
A propósito de estas identidades compartidas, ¿cómo se ha visto a Saramago en España?
En España, como en Portugal, Saramago polarizaba. O te gustaba, encandilaba, encantaba, o lo detestabas. Es un personaje que no admitía grises. Para la parte conservadora de la sociedad española, la más religiosa, era una persona incómoda. Por el contrario, para la gente comprometida Saramago era un referente. De hecho, en las movilizaciones del 15 M, muerto ya Saramago, se le consideró uno de los referentes intelectuales y, actualmente, su pensamiento está más vivo que nunca.
Saramago se adhiere al PC en la época de Stalin, en pleno comunismo de guerra ¿Se significó en tal sentido como un militante dogmático o su humanismo, su compasión, modularon su sensibilidad?
Saramago era una persona abierta. No llevaba bien las disciplinas de la organización. Más allá de los comisarios políticos, que podían decir lo que había que pensar, era fiel a sus ideas, a sus querencias. No fue nada parecido a lo que ahora se entiende por “estalinista”. Era un librepensador, y de hecho tuvo enfrentamientos con dirigentes del Partido Comunista, poque era crítico con algunos posicionamientos o no acataba determinadas directrices. Curiosamente, en ocasiones se muestra crítico con la tibieza que, a su juicio, se abordaban determinadas cuestiones.
Saramago quizás transmitía una imagen de persona muy seria, sabia, paternal, algo antigua… ¿En la proximidad, en su trato personal, tenía algo de esto?
En la cercanía era una persona muy accesible. Le entrevisté varias veces, una de ellas en Barcelona, donde me abrió la puerta de su habitación en zapatillas. Era cálido, alguien con el que enseguida te sientes próximo. También le visité en Lanzarote, cuando acababa de escribir “El viaje del elefante”, y había superado una enfermedad que estuvo a punto de acabar con él. Saramago siempre estaba rodeado de gente que lo visitaba. No era un intelectual instalado en su torre de marfil, sino justamente lo opuesto. Seguro que su origen, que él tenía muy presente, contribuyó sin duda a su afabilidad.
¿Cambia leer a Saramago en castellano o hay que hacerlo en portugués?
Hay muy buenas traducciones de Saramago. Con un cierto atrevimiento, se puede intentar leer sus poesías en portugués, que es una lengua muy bella. Pero las traducciones al castellano, hechas por Pilar del Río, están muy bien.