A la gresca

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¡Qué envidia me produce Portugal! No del tipo que aspira a la destrucción del sujeto u objeto deseado sino  de la que produce admiración y deseo de emulación de lo envidiado.

Portugal, un país que muestra una unidad que en España resulta impensable y que precisamente por ello sus cifras de contagiados y fallecidos resultan, aunque sin duda dolorosas, mucho menores que en esta triste piel de toro llamada España.

España bronca, dura y justiciera se enfrenta a uno de los retos más grandes acontecidos después de la guerra civil. La caída del PIB español se situará en límites inimaginables, más de un 13%, mientras sus ciudadanos se enfrentan en áridas discusiones espoleadas por ciertos partidos que ven en la desgracia un caldo de cultivo digno de una placa de Petri.

Este pasado domingo se produjo el desconfinamiento de los niños hasta los 14 años, previa petición del Gobierno de RESPONSABILIDAD por parte de los padres o adultos que han de acompañarlos.

Las imágenes han sido dantescas. Multitudes en los paseos marítimos de la zona del Levante, parques a rebosar en Madrid y en otras grandes ciudades. Padres, amigos, hermanos, en grupos charlando alegremente sin ningún tipo de protección, niños comiendo chucherías mientras se apoyan en papeleras, muros o bancos. Veintitantos críos jugando un partido de fútbol, pelotas volando por los aires que caen al suelo y luego van a las manos de los infantes que después se llevan a la boca, a la nariz, a los ojos.

Progenitores despreocupados, de paseo, de vacaciones.

Patinetes, bicicletas, juegos que rozan el suelo sin remisión.

La ministra de Defensa, Margarita Robles, advierte de que si la situación que se produjo el domingo se repite se volverá al núcleo duro del confinamiento.

España se encuentra ante una fractura social, como siempre ante retos de este calado.

Los ciudadanos no se ponen de acuerdo, lo que recuerda a un dicho popular que reza ‘dos españoles, tres opiniones’. Lo cual no supondría ningún problema sino al contrario dado que mantenemos una variada riqueza de puntos de vista sino fuera porque nos jugamos el futuro.

En estos tristes momentos admiro a nuestro vecino Portugal que ha sido capaz de aunar al Gobierno y a la oposición en un solo bloque. Comprenden y asumen que si se quiere superar esta crisis con los menores daños posibles han de estar unidos.

No ocurre lo mismo al otro lado de la Raya.

Las opiniones disidentes del sentir popular se castigan con insultos y agresiones, no sólo a través de las redes sino de cara. Bueno, en realidad de cara tampoco, sino escudados en oscuros balcones o ventanas, como para muestra basta un botón, diré que la semana pasada dispararon a una pobre señora que paseaba por su terraza, con una escopeta de perdigones, en pleno centro de Zamora.

Otros por el contrario te mandan a sitios insospechados por discrepar de la algarabía de este domingo. Arguyen que perteneces a un partido determinado por no ver con buenos ojos la irresponsabilidad ciudadana que ha resultado palpable en el primer día de salida de los menores. Todo se politiza, como si las muertes tuviesen banderas o color o tendencia política.

No entienden el miedo a una segunda ola como ya ocurrió en la gripe del 18.

Un segundo rebrote producido durante el otoño de ese mismo años mató al 45% de todos los fallecidos, a lo que hay que sumar un 30% más durante el mes de noviembre, o sea que entre octubre y noviembre murieron el  75% de todas las víctimas de nuestro país.

Aquella pandemia tuvo tres olas, siendo la más mortífera la segunda.

¡Qué poco lee este pueblo ignorante y pendenciero!

La primera iniciada durante la primavera y verano de 1918.

La segunda se produjo entre octubre y noviembre y la tercera se presentó en febrero y marzo continuando hasta el verano de 1919, dejando un panorama desolador dado que la mayor mortandad se produjo en el rango de edad  que va de los 20 a los 40 años, con una tasa de mortalidad de entre el 6% y el 8%.

Al igual que ocurre un siglo más tarde se levantaron Hospitales de campaña, se presentó falta de suministros médicos y pocos recursos que iniciaron el desastre desgastados por la Primera Guerra Mundial.

Entre 1918 y 1920 se estima que el número de fallecidos alcanzó más de 50 millones de personas.

Al igual que esta no distinguió entre clases sociales ni fronteras.  Existen similitudes en la falta de previsión y de equipos sanitarios, bien es cierto que la Gran Guerra había consumido ingentes cantidades de recursos y que no existían protocolos sanitarios.

Hacinamiento en Hospitales, Morgues desbordadas y cementerios repletos.

En aquél año de triste recuerdo no se conocían todavía los virus y aun así se cerraron los lugares públicos, los cines, los teatros, las verbenas, las Universidades, las ordenanzas exigieron el uso de mascarillas en las calles.

Igualmente aparecieron los voceros de tratamientos milagrosos, a su vez, se inició una carrera desenfrenada por conseguir una vacuna en el menor tiempo posible.

Se calcula que un tercio de la población se contagió, la esperanza de vida disminuyó en 12 años. Comunidades indígenas perdieron hasta un 90% de su población.

Lo mismo que ahora se cantaron zarzuelas y chascarrillos divertidos.

El que no conoce la Historia está condenado a repetirla y, por desgracia, nuestro país no sabe aprender.

 

Beatriz Recio Pérez es periodista, con amplia experiencia en La Raya central ibérica.

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