Dice la sabiduría popular de que «de España, ni buenos vientos ni buenos casamientos», sin embargo, lo importante es no olvidar que es del otro lado de esta frontera que llega a Portugal uno de sus mayores bienes: el agua.
Cuando, a principios de diciembre, se difundió la noticia de que en pocos días no había pasado ni una sola gota de un lado al otro, el tema se convirtió en una prioridad en las agendas mediáticas. Algunas asociaciones acusaron a España de no cumplir con los caudales acordados, mientras que otras se posicionaron a favor. Los datos de la Confederación Hidrográfica del Tajo apuntaban a zonas donde el nivel del río tenía sólo 13 centímetros de profundidad.
Sin embargo, hablar de la cuestión del agua debería ir más allá de hablar de fronteras o responsabilidades gubernamentales. ¿No es hora ya de reflexionar sobre lo que realmente hay en el fondo? Aún sale oro de los grifos. Cuando las fuertes lluvias causaron que los ríos se desbordasen, se evidenció que es necesario pensar a largo plazo, pensar principalmente en el cambio climático que estamos viendo. El agua es sinónimo de vida y la posibilidad de quedarnos sin este bien debe ser la primera preocupación. Hay expertos que abogan por un aumento de la tarifa del agua para reducir el consumo y no faltan gobiernos defendiendo que, «en tiempos de escasez», es necesario repensar el precio.
Pero, finalmente, ¿es o no el agua un derecho humano? Fue a partir de esta pregunta que, en 2017, comenzó nuevamente la polémica en torno a la privatización del agua. La cuestión fue planteada hace unos años por uno de los exdirectores ejecutivos de Nestlé y, aunque muchos se rebelaron contra la perspectiva de Peter Brabeck-letmathe, la idea no podía ser más sencilla: el agua debe ser tratada como cualquier otro producto y estar sujeta a la ley de la oferta y la demanda. «El agua es un derecho humano y debe ponerse a disposición de todos, donde quiera que estén, incluso si no pueden darse el lujo de pagar por ello. Sin embargo, creo que el agua tiene un valor. Las personas que usan agua canalizada a su casa para regar el césped, o lavar el coche, deben asumir el coste de la infraestructura necesaria», dijo en 2005. La verdad es una y hay que decirla: el agua es oro, el noble oro azul.
En 2016, estudios de la ONU y la UNESCO revelaron que si el consumo de agua continuase con los mismos estándares en todo el mundo, el déficit llegaría al 40% ya en 2030. Además del problema de los residuos, la contaminación también hace disparar las alarmas. Según los análisis realizados, se vuelve cada vez más caro tratar el agua para que pueda ser consumida. Los datos son claros y los números hablan por sí solos. Los análisis de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico muestran que la demanda mundial de agua aumentará en un 55% para 2050. La previsión se hizo con datos aterradores: según los expertos, si no se toman medidas estrictas para revertir los patrones de consumo mundial este año, 2.300 millones de personas no tendrían acceso al agua.
No es de hoy que el tema genera incomodidad y controversia y no lo es, por mucho que parezca a simple vista, por lo que los países han estado haciendo. El agua es un bien esencial y, en este asunto, como dice António Lobo Antunes, es una pena que no se perciba que Portugal y España debían ser un mismo país. El desafío pide unión para que pueda seguir saliendo oro de los grifos.
Sofia Martins Santos es periodista y una apasionada por la posibilidad de descubrir y contar historias; lo que le interesa son las personas, estén donde estén.