Fue Youssef Chahine, el premiado director de cine egipcio contemporáneo, quien me mostró al filósofo Averroes en la pantalla de la televisión, en videocasete.
La película se titulaba «El destino» – original árabe «Al Massir». Se trata del 33º de la filmografía de Chahine, habiendo merecido la «Palma del Corazón», premio especial del jurado en el 50 aniversario del Festival de Cannes, en 1997.
Las cintas, distribuidas por Flash Star Homevideo, en la Colección Panorama del Cine Mundial, (EPN-002), estaban disponibles en muchos videoclubs, que antaño estaban repartidos por las ciudades brasileñas. La película, por cierto, es digna de un lugar de honor en la estantería de cualquier cinéfilo. Fue exhibida en los cines de Río de Janeiro; mereciendo de la crítica especializada la calificación de «excelente», en octubre del año 2000.
Imagino, en este momento, que el lector que no esté versado en historia de la filosofía; o, por lo menos, ande olvidadizo de las lecturas del colegio sobre el pensamiento escolástico medieval, se preguntará: «Después de todo, ¿quién fue ese tal Averroes, y qué habrá hecho de tanta importancia que aún valga la pena ocupar nuestras reflexiones en este inicio del siglo XXI?».
Intentaré satisfacer su curiosidad. Y para marcar el relieve de la figura diré, de entrada, citando a Ernest Renan, autor de «Averroes y el averroísmo» (1852), que el Doctor Angélico, Santo Tomás de Aquino, le debió sus enseñanzas filosóficas a Averroes. Particularmente, en lo que respecta al método adoptado en sus lecciones. Hasta tal punto de haber sido considerado como plagiador suyo…
UN GRIEGO ENTRA EN LA HISTORIA
Ante todo, retrocedamos al siglo IX de la Era Cristiana, época en la que los musulmanes dominaban la península ibérica.
Los árabes, ya en aquel tiempo, conocían prácticamente toda la obra del filósofo griego Aristóteles. La tradujeron y la comentaron casi exhaustivamente. Avicena (o «Ibn Sina») llegó a confesar que leyó cuarenta veces la «Metafísica» hasta conseguir entenderla completamente. Y Al-Ghazali, teólogo, escribió «La incoherencia de los filósofos», supuestamente para atacar las doctrinas aristotélicas de Avicena.
EL COMENTARISTA DE ARISTÓTELES
En Córdoba (España), en el corazón de Andalucía, allá por el año 1126, nació Ibn-Roschd, (convertido en Aben Roschd), que vendría a celebrarse en la historia de la filosofía como el mayor filósofo árabe y comentarista de Aristóteles en Oriente. A decir verdad, fue a través de su obra que el mundo cristiano tomó conocimiento de la obra del estagirita.
Averroes estudió teología; derecho; matemáticas y filosofía. Durante varios años ejerció las funciones de juez (cargo de gran prestigio, por su carácter triple: civil, religioso y jurídico). Vivió durante algún tiempo en Sevilla y Marrakech. Su vida estuvo marcada por momentos de memorable importancia histórica; y, al mismo tiempo, persecuciones político-religiosas bien crueles.
Las ideas que sostuvo, particularmente en los comentarios y paráfrasis, le valieron el título de «Commentator» (el comentarista por excelencia), siendo proclamado el más fiel intérprete de Aristóteles.
Sin embargo, estas ideas, consideradas heréticas por los poderosos de entonces, fueron la causa y el motivo de los violentos conflictos que convulsionaron el medio religioso-filosófico-político musulmán.
Sospechoso de poco entusiasmo en favor de la guerra santa contra los cristianos, Averroes fue exiliado a Lucena, pueblo al sur de Córdoba. Y a los 73 años, es decir, en 1198, después de la suspensión de la pena, se fue a Marrakech, donde falleció.
EL AVERROÍSMO Y LA ESCOLÁSTICA
¿Qué ideas habrían sido esas capaces de ganarse tantos y tan apasionados adeptos; y, por otro lado, provocar tantos odios?
El averroísmo, es decir, la doctrina de Aristóteles, tal como fue interpretada por los escolásticos medievales y aristotélicos del Renacimiento, puede resumirse en algunos puntos fundamentales.
Para Averroes, el mundo no es creado, o al menos no lo es en el sentido cristiano del término. Por eso deduce que el universo es eterno, aunque deba su existencia al «Creador». En este punto, él perfiló el principio neoplatónico, según el cual el «Uno» no puede producir sino un efecto único. Conclusión: Dios produce inmediatamente la primera inteligencia, de la cual derivan las inteligencias de las otras esferas celestiales. En otras palabras: la creación es eterna y necesaria, y Dios no conoce el mundo corruptible, así como no lo gobierna por sí mismo, pues eso sería para él una degradación (pensamiento de Aristóteles y de Avicena). Esa es la metafísica de Averroes.
En la concepción averroísta, la materia es igualmente eterna, constituyendo una especie de receptáculo que contiene todas las formas de modo implícito, y en estado no evolucionado. El «Primer Motor», o «Primera Inteligencia», extrae y actualiza las formas contenidas ab-eterno en la materia. Esta actualización eterna e ininterrumpida de las potencialidades latentes en la materia – me valgo del resumen hecho por Etienne Gilson y Philotheus Boehner en su «Historia de la Filosofía Cristiana» (Editoral Voces), es la causa inmediata de este nuestro mundo perceptible.
El intelecto humano, para Averroes, no es propiamente una facultad activa y productiva. Es la última de las inteligencias emanadas de Dios. El pensamiento es una actividad espiritual; por lo tanto, sus dos principios – el «intelecto receptivo» y el «intelecto agente» – deben ser espirituales. El «intelecto agente» produce las formas inteligibles (o ideas), y el «intelecto material/ receptivo» las recibe.
En todos los hombres no hay más que un solo intelecto, y por medio de él realiza toda actividad pensante. No existe inmortalidad personal. La muerte significa la aniquilación del individuo. Lo que sobrevive es apenas la inteligencia universal. A esa doctrina se le da el nombre de «monopsiquismo».
Una de las preocupaciones básicas de Averroes fue la delimitación entre la filosofía y la religión. Para él, las divergencias doctrinarias entre las numerosas escuelas filosóficas y teológicas representaban un constante peligro, no sólo para la filosofía, sino también para la religión; incluso porque cualquiera se creía autorizado a discutir e interpretar los textos del Corán a su manera. Los creyentes, los ignorantes y los sabios.
LA INFLUENCIA DE AVERROES
El siglo XIII fue, en Europa, el escenario de un florecimiento científico sin precedentes, en opinión de los más autorizados historiadores del período.
En medio de las condiciones de carácter social, político y religioso, resaltan como causas de ese extraordinario renacimiento: el influjo de la filosofía oriental, el redescubrimiento de Aristóteles y, sin duda alguna, el vigoroso movimiento intelectual que se irradiaba en la Universidad de París.
En esa institución se libraron memorables polémicas, ante la novedad del aristotelismo averroísta, contrario a la tradición neoplatónica. Muchos de ellos, apegados al aristotelismo radical de Averroes, pregonaron la concepción y el ideal de una filosofía pura independiente de la teología. Es la llamada corriente de los averroístas latinos.
A propósito, recuerda José Silveira da Costa, autor de un excelente ensayo titulado «Averroes, el aristotelismo radical» (Editorial Moderna), que ni siquiera los seguidores moderados de Averroes, entre ellos Santo Tomás de Aquino, escaparon a la ira de los tradicionalistas y de las autoridades eclesiásticas de la época, preocupadas por un pensador que amenazaba los dogmas de la revelación cristiana con un naturalismo científico y el racionalismo de su interpretación de Aristóteles.
HASTA LA DIVINA COMEDIA
Segério de Brabante fue líder reconocido de aquellos que interpretaron a Aristóteles por los ojos de Averroes, en el París del siglo XIII. Clérigo secular y canónigo de San Pablo en Lieja, no llegó a ser sacerdote, pues abandonó la carrera antes de iniciar los estudios de teología. En la Facultad de Artes fue un personaje turbulento, capaz de causar divisiones profundas entre maestros y discípulos. Acusado de herejía, fue absuelto, pero tuvo que vivir en prisión domiciliaria, en la Curia Pontificia, hasta ser asesinado por el propio secretario en un acceso de locura. Dante Alighieri lo colocó en el círculo de los hombres sabios, en el paraíso (Divina Comedia, canto X, versos 136-138):
«Esa es la luz eterna de Sigieri,
que enseñando en la calle de la paja,
demostró verdades que suscitaron envidia»
En el mismo poema inmortal, Dante presenta a Averroes como el que hizo el gran comentario de Aristóteles: «che il gran comento feo». Es lo que está en el canto IV del «Infierno dantesco», en traducción de Cristiano Martins:
«Vi a Sócrates allí y vi a Platón,
ambos manteniendo cerca de él asiento,
Demócrito, del mundo a sólo razón
en el caso de ver, y Diógenes real,
Empédocles, Heráclito y Zenón.
Dioscorides, sondeando el vegetal.
Más Tales, Anaxágoras y Orfeo,
y Tulio, y Lino y Seneca moral,
el Geometra Euclides Ptolomeo,
con Avicena, Hipócrates, Galeno,
más Averroes, que el comentario dio»
(versos 133 a 134)
DE VUELTA AL CINE
Ahora el lector ya sabe quién es el héroe de la película «El Destino», del cineasta egipcio Youssef Chahine.
Chahine, un partidario confeso del cine-espectáculo, es admirador explícito del western americano. Y su película no es sólo un relato de la vida de Averroes.
No es una biografía pura, sino una película de aventuras, agitadísima; incluyendo una historia de amor, en el contexto de una sátira a la intolerancia, sea oriental, sea occidental. Todo esto – es curioso – en el contexto de la agitada alegría, como en las mejores películas musicales de Metro.
Hay en la película de Chahine, sin embargo, una secuencia para la cual deseo llamar la atención del lector, porque resulta de marcado significado histórico. Es aquella en la que el califa Al-Mansur, para apaciguar a los fundamentalistas musulmanes, ordena que todos los libros de Averroes sean quemados en plaza pública.
Para salvar el trabajo de Averroes y mantenerlo vivo, sus familiares y amigos, en lo recóndito de una cueva, se ponen a sacar copias de sus comentarios, y en medio de mil peripecias, a través de las puertas y murallas de Córdoba, consiguen transportarlas furtivamente fuera de la ciudad; más allá de las fronteras del islam, a un lugar seguro.
Gran lección de cine; gran lección de historia; gran lección de idealismo político-religioso.
Savio Soares de Sousa – Fue fiscal del Estado del Rio de Janeiro, presidente de la Unión Brasileña de Trovadores (UBT). Presidente y fundador de la extinta Asociación Niteroiense de Cultura Latinoamericana. Autor de inumerables libros de poesía y prosa: «Signo de Sapo», «Mundo Numero Dois», «Rapsodia para Sanfona», etc.