La ‘História do Futuro’, y la ciencia ficción ibérica

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Esta es una historia libresca, advierto. La península ibérica no ha sido en términos literarios muy proclive a la ciencia ficción, un género que ahora, con motivo de la pandemia, ha adquirido mucho predicamento. Es un hecho constatado por los críticos literarios. El breve relato “Mecanópolis”, de Miguel de Unamuno, o “Las ruinas de Granada”, de Ángel Ganivet, son excepciones a la regla. Por eso nos sorprende a veces encontrar obras como la del jesuita António Vieira, História do futuro, publicado en Lisboa en 1718. Fue obra póstuma del autor, puesto que había fallecido veinte años antes. Hace tiempo descubrí el libro del padre Vieira a través de su edición española, de 1987, en la editorial Cátedra, realizada con esmero por los profesores de mi universidad Luisa Trías y Enrique Nogueras. Siempre que encuentro a Enrique, poeta refinado, por los pasillos de la facultad recuerdo a Vieira, por aquella edición. Tan importante fue para mi el conocimiento del jesuita portugués. Qué me perdone por esta fantasmagoría.

António Vieira, que era mulato, fue uno de esos jesuitas inquietos del siglo XVII que viajaron mucho. Especialmente activo fue en Brasil, Italia y Holanda. Vieira inserta su método visionario en las disciplinas del futuro, intento de conocimiento de tan gran antigüedad como la Humanidad misma. En la Història do futuro apuesta por el “Quinto imperio” como horizonte restaurador del sebastianismo portugués. El inquieto jesuita, contrario a la sumisión de Portugal a España, viajó por Europa, intentado ganar adeptos para la casa de Braganza. En fin, no vamos a penetrar en los arcanos de este movimiento mesiánico, surgido de la afirmación de la portugalidad en medio de diferentes acontecimientos adversos, partiendo de la propia derrota de don Sebastián en la batalla de los Tres Reyes, en 1578, o la sumisión a Castilla que tendría su contrapunto en la rebelión emancipadora de 1640. Dado su comprometido apoyo a esta tuvo que marchar a las misiones en Brasil, donde continuó en la zona de Bahía y Pernambuco su predicación. En Olinda brujuleó defendiendo a Portugal frente a las pretensiones de Holanda, pero con algunas inconsistencias, empujado por sus amistades holandesas, razón por lo cual quedó minado su prestigio.

Era conocido por ser un gran predicador, y como tal ejerció en Maranhão, y aprendió las lenguas indígenas, siguiendo la tradición de los jesuitas de adaptarse al lugar. En su papel de misionero fue defensor de los indios frente a los colonos, y por esto fue obligado a retornar a Europa. Reforzado su mesianismo por lo que había visto en Brasil, fue firme defensor del profeta Bandarra, que sostenía la resurrección de don Sebastián en la figura de João IV.  Sería esto el inicio del “Quinto Imperio” profetizado en el Antiguo Testamento en Daniel y Zacarías, que sustituiría al Cuarto comenzado en Roma y encarnado en su tiempo en la Casa de Austria. Tuvo incluso fecha fija, 1666, que luego se vio defraudada. “La última fase de este reino de Cristo permitiría el encuentro y la incorporación de las Diez Tribus perdidas de Israel, así como la conversión de todos los herejes, judíos y paganos”, escribieron Trías y Nogueras. Por todo ello, la Inquisición portuguesa le siguió los pies y sufrió destierros. La seducción del padre Vieira venía de su habilidad para la oratoria desde el púlpito. Sus sermones serán impresos en España, donde tenía audiencia. El verbo resultaba pilar fundamental para sacudir la modorra de los pueblos. Incluso en la etapa en que estuvo en Roma, tuvo sobre sí el espectro de la persecución.

Ciertamente aprendí mucho de este libro de Vieira, que entronca, como decíamos, con los movimientos mesiánicos. Brasil fue muy inclinada, y quizás lo sea aún, a este tipo de influjos. La antropóloga brasileña María Isaura Pereira de Queiroz ofreció hace unos años una perspectiva global de la problemática antropológica en América y Oceanía. En Brasil, su patria, la población era fácilmente inflamable con la venida escatológica de un profeta, principiando por el mismísimo Jesucristo. El mesianismo moderno surge principalmente en medios evangelizados, donde convergen creencias antiguas, autóctonas, y nuevos relatos bíblicos. Todo adobado con un apocalipsis. Recuerdo en este punto La Tierra sin mal, libro fabuloso de Hélène Clastres, a través del cual se ve cómo los guaraníes se orientan guiados por una visión apocalíptica. Contra lo que pudiera pensarse, sin embargo, por regla general los movimientos mesiánicos, escribe, Queiroz, no son estáticos, sino dinámicos, y vehiculan a través de la creencia la posibilidad real de transformación social.

Hace algunas décadas adquirí en una librería lisboeta el libro de António Quadros Poesía e filosofía do mito sebastianista. Me inquietaba el título. Tras leerlo no alcancé a comprender la actualidad del sebastianismo portugués. Sinceramente, el sebastianismo me sugería uno de tantos exotismos; algo que no podía alcanzar sino forzadamente al mundo contemporáneo. Sólo comencé a comprenderlo en su verdadero alcance tras la lectura del volumen de Lucette Valensi Fables de la mémoire, sobre la batalla de Alcazarquivir. Departí en París con la autora, directora a la sazón de la célebre revista Annales, sobre el porqué no interesaba este tema en España. Valensi sostiene que el mito de don Sebastián se reforzó con el mesianismo judaico, acabando por alzarse como la anti-España, que había expulsado a hebreos y moriscos de su seno. Comprendí entonces que el mesianismo tiene un profundo arraigo en Portugal y también en Brasil.

António Sardinha sostenía que el sebastianismo era a Portugal como el quijotismo a España: una síntesis de sus estructuras poéticas e imaginarias. En el ámbito de las culturas expresivas, en España el descreimiento quijotesco, haciendo humor de los serio, no contempla el mesianismo, y su estética es más del dolor -véase el flamenco y la semana santa-, que de la nostalgia -o sea, el fado y la bossa nova-. Esto da a la estética española una dimensión más realista. El pintor Diego Velázquez capturó este realismo sin asomo de redención posible. Cuando uno penetra en los arcanos del museo del Prado y observa la pintura del Siglo de Oro tiene la impresión que entre lo exterior y lo allí contenido existe un mimetismo muy actual.

El carácter visionario y prospectivo del libro de Vieira merece una nueva atención, para estudiar y profundizar a los fundamentos de las antropologías imaginarias ibéricas. Amén de valorarlo como una de las obras más destacadas de la ciencia-ficción peninsular. Quizás, concluyo, falte en España más sebastianismo, o conciencia del futuro, y en Portugal más quijotismo, o socarronería del presente, para lograr un entendimiento capaz de alumbrar el “Quinto Imperio”. Tómense esto último como una broma, si acaso.

 

José Antonio González Alcantud

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