La nación imaginada

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Defiende Benedict Anderson en su obra Comunidades Imaginadas (1991) que las naciones son solo una construcción social creada por los políticos para sus propios intereses ya que “la mayoría de los compatriotas no verán ni oirán siquiera hablar de los demás, pero en la mente de cada uno vive la imagen de su comunión”. Con esta teoría, el antropólogo irlandés, trata de explicar el fenómeno de los nacionalismos que para otros autores como Hans Kohn es “ante todo un estado de ánimo”.

Si aceptamos este concepto, pertenecer a una nación u otra depende de lo que seamos capaces de imaginar cada uno. No es extraño, pues, que muchos a lo largo de la historia hayan imaginado que toda Iberia sea una nación. ¿Por qué no?

Para Anderson, “todas las comunidades mayores que las aldeas primordiales de contacto directo —y quizá incluso éstas— son imaginadas” porque, al no tener un contacto directo y personal con el resto de habitantes de una misma nación, no podemos estar seguros de que realmente compartamos ideales, costumbres o formas de relacionarnos en lo social y lo económico. Mas cuando el mundo se globaliza y poco a poco vamos formando una aldea global en el que las fronteras que primero eliminaron el cine, la televisión y las multinacionales y hoy derriba internet, son cada vez más inexistentes, parece que los pueblos sintieran vértigo a esta relación y, en lugar de imaginarse uno solo, volviera la tentación a la tribu y la pequeña comunidad.

Así, frente a unos políticos que creen en esa gran nación imaginada que era la Unión Europea, aparecen otros que defienden volver a levantar murallas de aldea gala, o anglosajona. Y mientras en una parte de Iberia unos proponen dividir la piel de toro, otros hablan de relanzar el sueño iberista bajo el nombre de Iberolux.

Sobre esa vuelta a la comunidad primigenia bromeaba el ácido semanario satírico Charlie Hebbdo proponiendo crear una nación por cada variedad de queso en Europa. Mientras que en tono más serio, Amin Maalouf se pregunta El Ocaso de las Civilizaciones (2019)  cómo es posible que lo que caracterice a la humanidad actual “no es la tendencia a agruparse dentro de conjuntos muy amplios, sino una propensión a la fragmentación, al fraccionamiento y, a menudo, a la violencia y la acritud”. Como profesional de la comunicación y pionero en social media, puedo garantizar que la mayoría de expertos en el tema lo que imaginaron en los albores de las comunidades virtuales era todo lo contrario, que el mundo sería cada vez más permeable a los otros y se produciría una especie de comunión universal. Parece que no somos capaces de imaginarlo finalmente, y Maalouf alerta: “Nunca dejaré de oponerme a la idea de que las poblaciones que tienen lengua o religiones diferentes harían mejor en vivir separadas entre sí. Nunca me decidiré a admitir que la etnia, la religión o la raza sean cimientos legítimos para edificar naciones”.

En el caso de Iberia, eliminadas las fronteras físicas y económicas, tan solo queda la frontera del idioma. En España estamos aprendiendo a convivir, no sin contratiempos, con zonas en las que el castellano ya no es la única lengua y, objetivamente, en este sentido no encuentro grandes diferencias cuando cruzo la Raya que cuando atravieso el Ebro o llego a Bilbao. Imaginando España como un estado federal, que de facto lo es, no es difícil imaginar una Iberia con un estado más, en igualdad de derechos y respeto por la particularidad de cada uno.

Lawrence de Arabia luchó hasta su muerte por favorecer la nación árabe que uniera a los pueblos que el colonialismo separó de forma artificial con tiralíneas en un mapa, mientras los ayudaba a defenderse del nuevo imperio Otomano. Nuestras fronteras son las más antiguas de Europa, y ya son difíciles de reconocer. Un bonito ejemplo lo pudimos ver en la pasada feria internacional de Turismo Fitur (Madrid), con dos ciudades enfrentadas no hace tantos años como Almeida y Ciudad Rodrigo participando de manera conjunta para promocionar una ruta que, paradójicamente, pone en valor los baluartes defensivos de ambos lados de la Raya. Quién lo hubiera imaginado cuando se construyeron.

 

José Carlos León es publicitario, profesor de marketing y escritor. Autor de El Buen Capitalista (2019), Change Marketers (2014), La Publicidad Me Gusta (2012) y Gurú Lo Serás Tú (2011).

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