La relación de Galicia con Portugal y el aumento de la visibilidad académica del iberismo

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A lo largo de la semana pasada se han sucedido diferentes anuncios, entrevistas y eventos que apuntan a una mayor visibilización del iberismo en la comunidad académica. Estos acontecimientos son los siguientes: la publicación del libro iberista de Ian Gibson, las próximas VIII Jornadas de Antropología e Historia sobre iberismo de la Fundación Lisón-Donald, y la ponencia sobre iberismo galleguista en el marco del ciclo de las conferencias (Polibéricos) de la Cátedra de Estudos Ibéricos de la Universidad de Évora. Esta Cátedra está dirigida por el profesor Antonio Sáez Delgado y cuenta con el apoyo del Gabinete de Iniciativas Transfronterizas de la Junta de Extremadura, la CCDR de Alentejo, el programa de cooperación transfronteriza Interreg V-A POCTEP y El Corte Inglés.

Este 18 de febrero fue la vez de Xosé Manoel Núñez Seixas, catedrático de Historia Contemporánea en la Universidad de Santiago de Compostela, especialista en nacionalismos europeos. Su conferencia, Os proxectos iberistas do galeguismo e do catalanismo: Utopías e realidades, fue realizada en gallego y contó con una asistencia online de 50 participantes, entre ellos importantes especialistas en iberismo. Aprovecharé este artículo para divulgar las ideas principales de la conferencia Núñez Seixas, bajo mi interpretación.

El primer iberismo, que se formó en las luchas contra el absolutismo, pensó ingenuamente en su capacidad aglutinadora de aquellos países hermanos (enemigos del absolutismo español) que se independizaron del Imperio español. Pensaban que podrían reincorporarse inmediatamente en un proyecto liberal común. Esta ilusión (en su doble sentido) también existía en el proyecto federalista y regionalista. El catedrático gallego mostró un mapa de la Lliga catalana de 1906, donde expresaba el deseo de reintegrar los territorios de la Monarquía hispánica de los Austrias, bajo un imperialismo pactista.

En relación con el iberismo gallego, Núñez Seixas subraya los paralelismos entre Galicia y Valencia con sus referentes culturales: Portugal y Cataluña. El iberismo a tres (Ménage à trois entre las regiones atlántica, central y mediterránea) favorecía esa visión. Incluso hubo un tiempo de mucha lusofilia entre el catalanismo. En el caso galaicoportugués, la opción de la anexión o integración total ha sido una idea retórica y poética que se ha repetido, aunque sin convertirla en un programa político de un partido político gallego o portugués.

A pesar de una posible interpretación tentadora para el nacionalismo portugués, los gallegos no son una minoría nacional portuguesa bajo administración de otro Estado. Si despejamos esta la ecuación, desde mi punto de vista, quedaría que los portugueses son una mayoría nacional gallega con un Estado propio pero separado de su matriz cultural y lingüística. En Portugal se está rompiendo con el mito del origen nacional luso del idioma portugués. El lingüista Fernando Venâncio ha demostrado el origen gallego del portugués en el libro Assim naceu uma lingua, que ha sido un éxito de ventas. A pesar de la proximidad fonética entre el gallego y el castellano, Venâncio encuentra en el gallego el hecho diferencial lingüistico del portugués con el castellano (dentro de la misma raíz latina y fronteriza iberoccidental), dado que el portugués adsorbió muchos castellanismos léxicos por ser el castellano la lengua culta durante el periodo de la Unión Ibérica de Coronas y el Siglo de Oro.

Los iberistas portugueses veían a Galicia como un reencuentro con el pasado, y los iberistas gallegos veían a Portugal como un reencuentro para proyectarse en el mundo del futuro. Para el galleguismo, según el catedrático, Portugal ha sido un recurso más retórico que real para demostrar la universalidad lusófona de su cultura regional o nacional. El galleguismo encontró en Portugal un modelo de alta cultura en un idioma parecido. El nacionalismo gallego tiene un consenso con el nacionalismo portugués sobre su pasado común, pero no hay un entendimiento mutuo sobre qué relación deben tener en el presente y en el futuro. Cada uno quería ver lo que quería del otro lado de la Raya. Tampoco hubo acuerdo entre iberistas gallegos y portugueses sobre qué relación espacial mantener en un hipotético marco ibérico de unión. El iberismo galleguista, al igual que el catalanista, veía a Portugal como un contrapeso a Castilla. En el caso gallego, con un énfasis en las relaciones con Oporto, dado que Lisboa está asociada al centralismo. As Irmandades da Fala fueron un ejemplo de iberismo cultural. A mi juicio, el salto del regionalismo iberista al nacionalismo independentista implica la renuncia al iberismo y la asunción de un exclusivismo anti-ibérico. Es curioso como sectores del nacionalismo gallego quieren una relación exclusiva con Portugal, poniéndose etnocéntricamente celosos cuando hay iberistas no-gallegos manteniendo buenas relaciones con la lusofonía.

Si el iberismo es la historia dramática de un «amor imposible», en el caso galaicoportugués adquiere unos contornos más líricos. Galicia quedó en el imaginario de Portugal como una saudade de un tiempo pasado o como aquellos amantes sin perspectiva de matrimonio político. Una relación íntima, secreta y ocasional, al margen de los oídos de los diplomáticos de los Estados. La posibilidad de integración de Galicia a Portugal sólo se ha previsto históricamente en un escenario de balcanización de España. Por otro lado, el profesor Núñez Seixas no considera al iberismo como un nacionalismo, sino en todo caso como un pan-nacionalismo. El iberismo era un intento de matrimonio entre iguales. El problema era identificar a las partes a unir. El movimiento iberista actual, en mi opinión, sí que tiene claro -de entrada- las partes a unir: los Estados reconocidos por la ONU en la península ibérica (Portugal, España y Andorra).

En el debate posterior a la ponencia apareció la idea recurrente de que la Unión Europea quita fuerza al proyecto iberista. Esto es sólo una apariencia, a mi juicio, porque en la práctica lo refuerza. El aumento de la cooperación transfronteriza entre España y Portugal, y en particular, en su frontera, aunque sea en nombre del ideal europeo, es en la práctica iberismo. El propio espacio intergubernamental de la Comunidad Iberoamericana de Naciones, en suelo europeo, es también iberismo. Iberoamericanismo implica iberismo. La mejora de la comunicación horizontal entre las regiones ibéricas, de todos los rincones de la Peninsula, siempre será iberismo, independientemente de las relaciones que haya más allá de los Pirineos. Incluso el iberismo es benéfico, como dinámica de concordia y en pro de la diversidad, dentro de la propia España.

Según el profesor Núñez Seixas, el paradigma Estado-nación ha vuelto con fuerza en la UE ampliada. Los países del bloque del Este han abrazado el nacionalismo con fuerza. Y también en la Europa occidental, y en Iberia, los marcos mentales del siglo XIX se han demostrado muy fuertes, y las élites sociales no quieren cambiarlos. Para ellos, el iberismo es una aventura.

Uno de los retos del iberismo político es explicar que no hay que empezar la casa iberista por el tejado utópico. La idea es ir de la coordinación a la utopía. Incluso para aumentar la coordinación hace falta una mejor comunicación periodística, cultural y lingüística. Es por ello que EL TRAPEZIO nació. La utopía nos ayuda a crear una motivación ibérica, pero nos puede desorientar, confundir o paralizar, o incluso crear enemigos innecesarios, si no priorizamos los pequeños grandes pasos como el adoptado poco después de la Cumbre de Guarda entre ambos Gobiernos: el Mecanismo de Seguimiento de la Cumbre Ibérica. El propio Ian Gibson con su Hacia la República Federal Ibérica, a quien EL TRAPEZIO acaba de entrevistar, ha sabido unir utopía con elementos pragmáticos de coordinación como las propuestas de la Declaración de Lisboa y las 111 Medidas para la Comunicación y el Entendimiento entre España y Portugal, asumidas por el movimiento iberista.

Pablo González Velasco

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