La ciudad que cruzó el Atlántico

Comparte el artículo:

En A Jangada de Pedra, Saramago imaginaba una Iberia –con Andorra y sin Gibraltar– que se desgajaba de Europa para terminar situándose entre Angola y Brasil.

Desconocemos lo que nos deparará la tectónica de placas en el futuro. Pero, en el pasado, sí se produjo el curioso caso de una ciudad que cruzó el Atlántico. Fue la ciudad portuguesa de Mazagão, situada en la costa del norte de África. No en vano, los reyes de Portugal se habían titulado también reyes de los Algarves de aquem e alem-mar, ya que además de poseer los Algarves europeos, controlaron un rosario de ciudades costeras de los Algarves africanos, en uno de cuyos extremos se situó Ceuta y en el otro Agadir.

Poblaciones como Safim, Arcila o Larache terminaron siendo abandonadas, de modo que, a mediados del XVII la presencia portuguesa había quedado notablemente mermada. Y todavía quedó más cuando Ceuta decidió no acompañar a Portugal en el proceso de secesión de la Monarquía Hispánica iniciado en 1640. Por su parte, Tánger fue cedida –junto con Bombay- a Inglaterra en 1661. Desde entonces, solo Mazagão permaneció vinculado a Portugal.

En 1769, un tratado puso fin a la presencia portuguesa en la ciudad. Pero ese fue el inicio de una nueva vida para Mazagão, ya que Pombal decidió transferir su población, compuesta por 350 familias, es decir, unas 2.000 personas. El lugar escogido fue Vilanova de Mazagão –actualmente Mazagão Velho– en el Estado do Amapá, al norte del Amazonas. La selección del emplazamiento se debió a los temores que generaban las ambiciones francesas sobre la zona, evidentes pese al acuerdo fronterizo de 1713 y al reciente desastre de un intento de colonización en Kourou. Un asentamiento portugués permitiría afianzar el control de dicho territorio.

La iglesia de Mazagão fue dedicada a Nossa Senhora da Assunção, que había sido la patrona de la ciudad africana. Con los mazaganenses pasó también el culto a Santiago, de honda raigambre ibérica. Durante la crisis dinástica que se solucionó con la victoria de la casa de Avis, Santiago fue sustituido por São Jorge como patrono –repárese en la semejanza de la iconografía de ambos santos como guerreros-  pero el culto a Santiago siguió siendo importante en Portugal y sus dominios. Como también lo fue en los dominios de su vecino ibérico, manifestándose en múltiples topónimos en América o Filipinas, si bien en ocasiones el nombre de Santiago no era explícito –como en la mexicana Matamoros– o terminó diluyéndose, como sucedió con Santiago de los Caballeros de Guatemala.

Al igual que en otros puntos de la península, el culto a Santiago en Mazagão se vinculó a celebraciones sobre las luchas entre moros y cristianos. Poco después de la llegada de los mazaganeses hubo ya fiestas que recordaban estos combates. Tales fiestas se siguen celebrando en el presente. También se trasplantó dicha tradición a la América Española. Por ejemplo, en Chimayó (Nuevo México) se sigue representando en castellano una obra sobre moros y cristianos el día 25 de julio.

No mucho después de la reubicación de Mazagão se produjo un hecho que presenta cierta analogía, esta vez del lado español. Orán, también en el norte de África, había formado parte casi ininterrumpidamente de la Monarquía Hispánica desde 1509 hasta 1792. En 1794, el militar oranés Ramón García de León fundó San Ramón de la Nueva Orán, en la actual Argentina. Pero, en esta ocasión, solo el nombre y su fundador cruzaron el Atlántico.

 

José Antonio Rocamora es doctor en Filosofía y Letras por la Universidad de Alicante, de la que ha sido profesor asociado y de la que actualmente es profesor colaborador honorífico. Publicó en 1994 el libro ‘El Nacionalismo Ibérico 1792-1930’ y presidió la Asociación de Amigos de Timor y, posteriormente, la entidad Timor Hamutuk.